La Vanguardia

LETRA PEQUEÑA Leer bajo las sábanas

- Magí Camps

La linterna con la pila cargada y otra pila de petaca de recambio. El libro cerca, escondido bajo el colchón, para poder sacarlo con discreción. Eran precaucion­es necesarias para poder ejecutar la misión secreta sin ser descubiert­o. Así lo hacía yo los sábados por la mañana, cuando mis padres, que madrugaban para abrir la tienda de pesca salada, nos dejaban dormir a mi hermana y a mí un rato más que los días de colegio. Pero el reloj biológico me despertaba antes y, en vez de levantarme y desayunar, cogía el libro, encendía la linterna y me ponía a leer bajo las sábanas, hasta que oía los pasos de mi madre que venía a despertarn­os, y lo escondía todo para no ser descubiert­o.

Recordé emocionado esta anécdota cuando oí el discurso de Josep Maria Pou, el pasado lunes, en La Nit de l’edició. Con motivo de que el Gremi d’editors de Catalunya le entregó el premio Atlàntida, el actor pronunció un parlamento memorable. Pou suele ser brillante en sus discursos de agradecimi­ento, porque nunca sigue el camino previsible. Su voz, aunque en esta ocasión estaba afectada por un resfriado, retruena en la sala, pero sobre todo retruena por lo que dice.

Pou habló de una casa llena de libros, con una biblioteca, la de su padre, que él calificó de santuario. Además, llena de libros de teatro, un género poco común en los estantes de las casas particular­es. Y un Vaticano, que era la librería Millà de la calle Sant Pau, que visitaba con asiduidad. El veterano actor y director teatral defendió el trabajo lector de su profesión, porque, si bien a la fuerza, cualquiera que se dedique a la interpreta­ción está obligado a leer mucho:

El primer acto de rebelión de Josep Maria Pou fue el de no hacer caso a los padres y leer a escondidas con una linterna

“El actor está condenado a leer sin cesar”.

Y refirió la anécdota que me robó el corazón y que me permito reproducir, a pesar de su extensión: “Gracias a tener libros tan al alcance, empecé a leer con glotonería, hasta el punto de que mis padres, velando por mi salud, me tuvieron que vigilar obligándom­e a dejar la lectura a una hora determinad­a con el fin de cumplir con las horas de sueño necesarias para un jovencito en época de formación. Y recuerdo, de entonces, mi primer acto de rebelión y quizá también mi primera interpreta­ción de actor: cuando mi madre, al cabo de media hora de haberme metido en la cama, venía a la habitación para interrumpi­r mi lectura y apagar la luz, con un ‘Ya está bien por hoy, Josep Maria’, yo me portaba como un niño bueno, interpreta­ba el papel de niño que se duerme, y en cuanto mi madre se había dado la vuelta, sacaba de debajo de la almohada una linterna minúscula y seguía leyendo hasta las tantas de la madrugada, con la cabeza escondida bajo la colcha y las sábanas. Leí mucho bajo las sábanas”.

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