Emoción en tres actos
El público del Liceu vive una noche excepcional con ‘Il trittico’ de Puccini
Tres óperas de un solo acto unidas por la intensidad de Giacomo Puccini, el mago de la composición capaz de concentrar el amplio abanico de emociones humanas en un único fresco: Il trittico. El público del Liceu llevaba tiempo añorando una velada vocalmente excepcional a la vez que llena de solvencia musical –¡rotunda la finlandesa Sussana Malkki en el podio!– y de guiños actorales.
Il trittico (1918), esto es, la suma de Il tabarro, Suor Angelica y Gianni Schicchi, dos dramas y una comedia que por lo general se representan por separado, llevó casi a rozar el cielo a los amantes el género. Puccini les puso a sufrir, a mendigar una tregua en el tobogán de las pasiones y las desesperanzas. Comenzando por el triángulo amoroso de Il tabarro, que vaticina la tragedia, y siguiendo por la enajenación de Suor Angelica en su intento de reunirse en el cielo con el niño que le fue arrebatado al nacer. ¡Oh Dios, Ermonela Yaho! ¿Cuál es el secreto de tus tormentos? ¡El público te adora!
La soprano albanesa logró una vez más penetrar en ese estado de semiiconsciencia en el que tiende a quedar la audiencia cuando las fuerzas del teatro musical le superan. Hacía 35 años que no se escuchaba Il trittico completo en el Gran Teatre. Concretamente desde la temporada 1987-88, antes del incendio. Y como bien comentaba el director artístico del teatro, Víctor García de Gomar, en la copa final con los artistas, hacer este tríptico con el que Puccini se anticipa a las formas más modernas de Debussy o Richard Strauss solo es posible “con estas voces y con el sentido de familia que se establece entre ellas”.
La primera voz que se escuchó en estas tres horas de ópera fue la de la deseada Lise Davidsen, la soprano del momento, la que sin duda pasará a los anales de la lírica por el portentoso caudal expresivo de su instrumento. Davidsen encarna a Giorgetta en Il tabarro, la joven que sueña con dejar los bajos fondos y huir con su amante. Muy hermoso el dueto con el barítono Brandon Jovanovich apelando al “hechizo inmortal de París”. Aunque si engaña a su marido es más por desesperación que por amor. La suya es una huida hacia adelante para olvidar la terrible muerte de su pequeño. ¿Por qué no le permite su esposo Michele (incontestable barítono Ambrogio Maestri) no hablar de ello?
El coliseo lírico de la Rambla era la primera plaza operística en territorio español que recibía a la extraordinaria soprano noruega cantando ópera escenificada. En Catalunya había dado recitales en la Schubertíada de Vilabertran y el Festival de Peralada, pero ayer colmaba las expectativas del público celoso de la italianità. Davidsen es más que un torrente de voz wagneriana. Su debut en Puccini, aquí en Barcelona, hace presagiar un milagro de más amplio repertorio. Y así se lo hizo saber el público con una sonora ovación en los nueve minutos de aplausos finales.
El tercer portento vocal en liza era Maestri desdoblado en Michele y Gianni Schicchi, el pillastre que burla la avaricia de los desheredados y cuya hija (la soprano Ruth Iniesta) le canta la célebre O mio babbino caro. Maestri pone las risas en ese montaje que Lotte de Beer hizo para la Ópera de Múnich y cuya cañón escenográfico recuerda a la luz al final del túnel que ya veía El Bosco hace 500 años.
La fiesta contó con la presencia de políticos: el ministro de Universidades, Joan Subirats; la delegada del Gobierno Maria Eugènia Gay; la consellera de Cultura, Natàlia Garriga, y el de Educació, Josep Gonzàlez-cambray, o Ferran Mascarell, de la Diputació. Todo ello con un mejorable 81% de ocupación. ●
La ovación que recibió Lise Davidsen hizo temblar los cimientos del teatro, al igual que la que se brindó a Yaho