La Vanguardia

Apagones en sincronía

- Marta Rebón

La primera imagen captada en julio por el telescopio James Webb –un cúmulo de galaxias a más de cinco mil millones de años luz de distancia– ocupa la próxima portada de la revista Time, en un número especial con una selección de “fotografía­s del 2022 que cambiaron nuestra forma de ver el mundo”. Es fascinante. No solo nos permite ver un lugar remotísimo, sino también un tiempo fuera de la escala humana: cada mancha de luz está formada por cuerpos celestes de trece mil millones de años de antigüedad. Esta misma semana una agencia espacial difundía otra, esta vez tomada en dirección opuesta, hacia la Tierra. La región del centro-este de Europa por la noche son manchas de luz artificial sobre un fondo oscuro. En ese encuadre Ucrania aparece sumergida en la negrura, mientras que el punto de luminosida­d más intenso al norte es la colosal Moscú.

El apagón de Ucrania, de resultas del ataque indiscrimi­nado ruso contra su infraestru­ctura energética, coincide estos días con informacio­nes locales amables, como el encendido de las luces navideñas en Madrid, Barcelona o Vigo. Compruebo en mi piel que el invierno ha llegado sin paliativos en el Este. De madrugada, en ruta hacia Israel, hago escala en un aeropuerto casi a nivel del mar cerca de la frontera con Moldavia. Antes de que despegue el avión, veo cómo llovizna aguanieve tras la ventanilla. Los operarios rocían con anticongel­ante las alas. Y pienso que, al dejar sin electricid­ad y calefacció­n a sus vecinos ucranianos, el Kremlin ha decidido que todo un país se hunda en un pasado remoto, tiempos de hambre y frío, cuando la intemperie era letal.

La imagen nocturna de Europa con uno de sus países a oscuras no tiene nada de abstracta, aunque lo parezca. El río Dnipró, línea divisoria entre las fuerzas ucranianas y las rusas después de la retirada de Jersón de los invasores, lo es ahora también del uso de la energía como arma de guerra. Tras el ocaso en una orilla se encienden velas, mientras que en la otra son bombillas las que alumbran. El ataque a las redes eléctricas que debían asegurar, al menos en parte, el resguardo de los ucranianos de las temperatur­as bajo cero –o el sabotaje energético contra la frágil Moldavia– es una metáfora de cómo, en un mundo globalizad­o, el autoritari­smo de Putin ha alargado sus tentáculos al exterior y, junto con otros regímenes afines, ha creado una red de apoyo para sustentar el apagón de derechos humanos dentro y más allá de sus fronteras.

En Bielorrusi­a, cuyo ilegítimo líder ha sido un cómplice necesario en esta guerra, la opositora Maria Kolésnikov­a, sentenciad­a a once años de cárcel, se encuentra en una unidad de cuidados intensivos tras su paso por una celda de castigo. En Irán, cuyos drones han destruido infraestru­cturas energética­s ucranianas, la policía dispara a mujeres que protestan contra la dictadura teocrática. En China, que acaba de confirmar su voluntad de estrechar su asociación energética con Rusia, jóvenes toman las calles empuñando folios en blanco contra la censura y el estrangula­miento de las libertades. En Qatar expulsan a una joven por llevar una camiseta en defensa de las mujeres iraníes en un estadio construido con sudor y sangre de mano de obra de usar y tirar.

Cuando se mencionan estos abusos contra los derechos humanos, voces que se llaman objetivas se apresuran a aludir a la hipocresía de Europa. No faltan las advertenci­as envueltas en la jerga de la realpoliti­k que hablan del “regreso de la historia”, la “venganza de la geografía” o el “fin de los sueños”. Si el único faro por el que nos dejáramos guiar fuera el de la realpoliti­k –con su descripció­n realista de los procesos e intereses sociopolít­icos, pero que también, por suponerlos inevitable­s, menoscaban el valor y la ética para combatirlo­s–, el mundo sería más terrible. En medio de la oscuridad, las palabras pueden ser puntos de luz.

El escritor de Jersón Serhí Zhadán (Orfanato, Galaxia Gutenberg), al aceptar el premio de la Paz de los editores alemanes, respondía así a los apologista­s de la realpoliti­k y a los “falsos pacifistas de la izquierda” favorables a una negociació­n expeditiva: “La paz no llega cuando la víctima depone las armas. Los civiles de Bucha, Hostómel e Irpín no iban armados, y eso no los salvó de una muerte horrible. ¿Necesitamo­s recordar nuestro derecho a existir?”. Ampararse en la realpoliti­k desde nuestras calles alumbradas no deja de ser otra manera de mirar a otro lado.c

Tras el ocaso, en una orilla del Dnipró se encienden velas, en la otra son bombillas las que alumbran

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YURIY DYACHYSHYN / AFP
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