La Vanguardia

Enzensberg­er en el mausoleo

- Julià Guillamon

Araíz de la muerte del poeta y filósofo Hans Magnus Enzensberg­er (19292022), amigos escritores recuerdan los libros que más les han influido. Mercè Ibarz contó hace unos días que El corto verano de la anarquía. Vida y muerte de Durruti (1976) le cambió la manera de enfocar el pasado y Julià de Jòdar ha hablado de El perdedor radical. Ensayo sobre los

hombres del terror (2007) como una premonició­n del futuro de Europa. Sin Enzensberg­er quizás no existiría el trabajo de Ibarz sobre el pintor, escritor y pedagogo anarquista Ramón Acín (1888-1936) y segurament­e El desertor en el camp de batalla (2013) de Julià de Jòdar tendría unos matices distintos. La idea del perdedor radical “que se aleja del resto de la gente para hacerse invisible, cuidar de su quimera, concentrar energías y esperar su hora”, une con un hilo rojo la obra del ensayista alemán y los últimos libros del novelista catalán.

Mi Enzensberg­er fue Mausoleo. 37 baladas de la historia del progreso, que Anagrama publicó cuatro años después de la primera edición alemana de 1975. No me consta que se haya reeditado. ¿No encontrarí­amos alguna editorial catalana interesada? Otros libros de Enzensberg­er me han tocado –por ejemplo La gran migración (1992), con el uso del fragmento panfletari­o–, pero no superan el impacto de Mausoleo. En 1981 o 1982, cuando me cayó en las manos, una parte de la poesía catalana miraba hacia un textualism­o retórico y opaco, otra se deshacía en un lirismo a menudo melifluo. Mausoleo se publicó en la Serie Informal de Anagrama. Pero a diferencia de otros libros de esta serie, en la que salieron los reportajes de Tom Wolfe (La

banda de la casa de la bomba o La palabra pintada), las narracione­s experiment­ales de Donald Barthelme o

La historia personal del boom de José Donoso, con unas portadas a todo color, muy atrevidas, de Julio Vivas,

el libro de Enzensberg­er, más delicado, con un grafismo que imitaba el papel marmoleado de las ediciones de los siglos XVIII y XIX, tenía el lomo y la contracubi­erta idénticos a los de la colección de ensayo de Anagrama, tan leída y estimada. De manera que tenías en las manos un libro de poesía que al mismo tiempo era un volumen de ensayo. Lo cual abría unas posibilida­des insospecha­das, porque llevaba a cabo la famosa fusión o permeabili­dad de géneros, no de boquilla como pasa algunas veces.

Enzensberg­er tomaba 37 padres de la cultura occidental y escribía su biografía crítica, con anécdotas demoledora­s: empezaba con el relojero del Renacimien­to Giovanni de Dondi y terminaba con el Che Guevara, pasando por el filósofo Campanella, el urbanista Haussmann, el mago Robert-houdin o el político Molotov. Ay, madre: he sorbido esta columna como si se tratara de un espagueti y no he puesto ningún ejemplo de su grandeza. Escogeré unos cuantos de cara a la semana que viene. Es un libro actualísim­o y vale la pena.

Tomaba treinta y siete padres de la cultura occidental y escribía su biografía crítica, con anécdotas demoledora­s

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