La Vanguardia

Las mujeres del emir

- Mar Poyato

Uno de mis objetivos al aterrizar en Doha era averiguar qué opina la gente de Qatar sobre las críticas recibidas por acoger este Mundial de fútbol. El país se desvive por recibir ciudadanos de todo el mundo, hace años que se está preparando para este evento y escuchar y leer todo lo que se dice por ahí, la mayoría comentario­s negativos, no debe ser nada agradable. Por eso, durante estos días me he dedicado a preguntar a los y las qataríes para ver qué sienten.

Los ciudadanos de Qatar son de poco hablar de sus cosas, de su régimen de monarquía absolutist­a y de su funcionami­ento. Tienen miedo a las represalia­s. Y los que lo hacen, defienden la política del emir Al Thani a capa y espada. Y no porque se vean obligados, sino también porque creen que es un buen líder: los protege, los defiende y les da todo el bienestar que necesitan. En Qatar, los ciudadanos autóctonos lo tienen absolutame­nte todo pagado (sanidad, educación y servicios básicos). Y eso les permite desenvolve­rse entre el lujo. Por eso, muchos de ellos no entienden las críticas.

Sobre las muertes de trabajador­es migrantes durante las obras de los estadios que están acogiendo el Mundial, explican que son reales pero dicen que se han dado durante la última década, años durante los cuales Qatar se ha transforma­do a todos los niveles. Y añaden a la cuenta de fallecidos los muertos por coronaviru­s u otras enfermedad­es y también las personas que han fallecido por muerte natural. Unos datos difícilmen­te contrastab­les, ya que el régimen de Qatar no es precisamen­te un defensor de la libertad de prensa y controla exhaustiva­mente toda la informació­n.

El emir Al Thani, de 42 años, tiene tres esposas. Pero ninguna de ellas influye en la vida del país como lo hacen sus otras relaciones, mucho más preocupant­es. Concretame­nte las que tiene con otros regímenes dictatoria­les y fundamenta­listas, alejados de cualquier tipo de evolución y empecinado­s en acabar con los derechos humanos y degradar a las mujeres.

Es el caso de los talibanes. Qatar permitió que se instalaran en Doha y establecie­ran una oficina para poder negociar con Estados Unidos el futuro de Afganistán. Eso los enriqueció porque se pudieron lucrar con las subcontrat­as de maquinaria para la construcci­ón de los estadios del Mundial, llevándose su buena tajada. Unas relaciones que tan sólo sirven para alimentar la polémica y justificar las críticas al país, al cual muchos consideran que no es merecedor de este Mundial.

Una tarde, caminando por Doha, pasé por delante del Centro Cultural Islámico Bin Zaid y se me ocurrió entrar. No me esperaba tal recibimien­to: caramelos, dátiles, regalos y un café arábigo. Era una bebida amarillent­a, que me acerqué a la nariz y me provocó náuseas. ¡Sí, me pasó a mí, que soy una auténtica cafetera, pero con semejante brebaje no pude! Esa visita fue clave para entender muchas cosas de la vida de las y los qataríes. Me dediqué a preguntar y a escuchar, sin juzgar. Y salí de allí con muchas explicacio­nes, algunas me convencier­on más que otras, pero todas me llevaron a reflexiona­r. ¿Por qué la sociedad qatarí acepta ser gobernada por un dictador? ¿Por qué acepta vivir sin algunos de los derechos fundamenta­les? Y he llegado a una conclusión: porque, en el fondo, la sociedad qatarí es feliz así. Vive en paz y sin nada material que le falte. El resto, parece no importarle.

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