La Vanguardia

Sadomaso para niños

- Maricel Chavarría

Cuando hace dos décadas se debatía en España, dentro y fuera de los hemiciclos, sobre la convenienc­ia de regular la prostituci­ón o de desarrolla­r unas políticas dirigidas a abolirla, las mujeres abolicioni­stas tuvieron que enfrentars­e a diario a las clásicas acusacione­s de mojigaterí­a, moralismo e insana concepción de los placeres del sexo, expresadas todas ellas con desprecio y clara intención de burla y descalific­ación.

Ser abolicioni­sta en aquella España que ya se atrevía a proteger del tabaco a la ciudadanía en los puestos de trabajo pero no osaba calificar la prostituci­ón de violación pagada suponía ser tachada de ultraconse­rvadora, clerical, rancia o malfollada. Sin duda estábamos por educar en materia de derechos humanos sexuales de las mujeres.

Ahora avanza con paso firme una mordaza más peligrosa, pues se está aplicando desde las institucio­nes públicas sobre quienes cuestionan el asunto del consentimi­ento sexual de la infancia y la educación sexual de los muy pequeños. Con la intención de que no vivan en la inopia ante eventuales depredador­es, se les enseña a los tres años a masturbars­e. Es el programa Coeduca’t de la Generalita­t, con el que incluso se les invita a acariciar o masajear a algún otro niño del grupo como parte del aprendizaj­e. A los ocho años, el taller Consentim les propone vídeos o fragmentos de películas con escenas sexuales y se espera que escriban qué sensacione­s les han despertado.

Este estado de acompañami­ento y transparen­cia, combinado con la creciente intervenci­ón del queerismo en materia curricular, ha llevado a admitir en ayuntamien­tos de Catalunya como lo más normal del mundo, un taller trans y de flexibilid­ad de género en que los artistas visten arnés y cadena de perro. Todo ello para infancia de edades diversas.

Al final, la campaña de Balenciaga con los bolsos en forma de osito ataviado con el correaje no era más que un reflejo de la realidad o un anticipo de lo que vendrá. Suele pasar con la publicidad. Se retroalime­nta. Sobre todo si toma la forma de política pública bajo el epígrafe derechos de la infancia. Ahí ya queda terminante­mente prohibido aplicar el sentido común para contradeci­rla.c

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