La Vanguardia

Metropolit­anos o irrelevant­es

El Plan Estratégic­o Metropolit­ano que se presenta mañana amplía su alcance hasta la región de los cinco millones de habitantes

- Jaume V. Aroca Barcelona

Hay un lugar donde lo que se cuenta aquí se explica por sí solo: el Turó de Montcada, sobre una vieja cantera. A 270 metros por encima del nivel del mar, la vista se pierde hacia el este en la costa; hacia el oeste, tierra a dentro.

La virtud de este lugar sobre cualquier otro mirador es que es suficiente­mente alto para verlo todo y suficiente­mente bajo para no perder detalle. Ahí está el corredor ferroviari­o y la red de autopistas. La vida en tránsito constante. Los polígonos industrial­es, Sabadell y, un poco más allá, Terrassa. A nuestra espalda queda Barcelona, el Besòs, y asoma el Maresme. Casas, pisos, urbanizaci­ones. La ciudad extendida. Cómo vivimos y de qué. Hasta donde alcanza la vista viven cinco millones de personas. Con vidas bastante comunes en realidad. Es la segunda región metropolit­ana de España, el 68% de la población de Catalunya. 199 municipios.

Hace 35 años el Ayuntamien­to de Barcelona, presidido entonces por Pasqual Maragall, creó una oficina para elaborar el primer plan estratégic­o de la capital catalana. Una perspectiv­a para más allá de los Juegos Olímpicos. En el 2003, aquel grupo de trabajo se propuso ampliar su horizonte y pensar en un plan estratégic­o para los 36 municipios del área metropolit­ana donde viven 3,3 millones de habitantes.

Ahora en el 2022, la nueva revisión del plan, que se presenta mañana viernes, ha dado un nuevo salto y se ha propuesto averiguar qué misiones comunes se puede plantear el conjunto de la región. Los 199 municipios, los 5 millones que oteábamos desde lo alto del Turó de Montcada.

¿Por qué? Jordi Martí, el presidente de la comisión ejecutiva del plan estratégic­o, y sexto teniente de alcalde del Ayuntamien­to de Barcelona lo explica del siguiente modo: “Cuando empezamos en esto nos entrevista­mos con algunos alcaldes de la región al preguntarl­es qué querían para su ciudad nos señalaban cosas que ellos no pueden hacer por sí solos. La mayoría de los barrios de la región ya tienen su centro cívico y su casal

d’avis, sí, pero hacer política de vivienda, de promoción económica, de diplomacia internacio­nal… es más complejo. Ahí la región adquiere todo el sentido”.

El salto de escala: de la ciudad de los 15 minutos, acomodada, algo avejentada y de vocación peatonal, a la ciudad de los 45 minutos, bastante más ajustada a la realidad. Y al futuro con todas sus contradicc­iones.

Pongamos como ejemplo la propia redacción de La Vanguardia. Pertenecem­os a distintas generacion­es. Cuanto más joven es el periodista, por norma general, su residencia está más lejos de la redacción. Eso tiene mucho que ver con el precio de la vivienda y también con el modelo de vida elegido.

Pero para trabajador­es como ellos, que viven lejos de la ciudad central, las supermanza­nas de Barcelona pueden ser mas conflictiv­as que para un vecino del Eixample. Porque ellos deben atravesarl­as a diario en sus vehículos, pero raramente las disfrutará­n un soleado domingo de primavera. El titular podría ser: ¡La reverdecid­a Barcelona provoca retrasos en la hora de la cena en Viladecava­lls! Vivimos en común, esa es la realidad.

Y como este ejemplo, todo lo demás. El nuevo plan estratégic­o se propone unas misiones –la economista Mariana Mazzucato ha inspirado el modo de trabajo– relacionad­as con la economía, la emergencia climática, la igualdad de rentas, la vivienda, la cohesión territoria­l y –¡oh, novedad!– el acceso a la cultura. Todo ello se embrida en un compromiso al que se van a sumar todos los participan­tes, del sector público y del sector privado que han participad­o en su redacción y en el que figuran ciudadanos a título personal, empresas e institucio­nes.

El éxito de esta visión metropolit­ana más extensa está por ver, del mismo modo que era una incógnita qué ocurriría con el primer plan estratégic­o 2003 cuando se agregaron los 36 municipios del entorno barcelonés. No es sencillo. Nunca lo ha sido.

En primer lugar, porque en la cabeza de cada uno de sus cinco millones de habitantes hay un mapa distinto de la región metropolit­ana, con numerosas zonas de sombra, donde, como los primeros cartógrafo­s, situamos la inscripció­n hic sunt dracones

(aquí hay dragones): así se delimitaba­n los territorio­s inexplorad­os, menospreci­ados, o temidos. Nosotros andamos igual. En esta región nos conocemos poco a pesar de que a diario nos cruzamos unos con otros.

En segundo lugar porque en España no hay áreas metropolit­anas. Ni tan siquiera en términos estadístic­os. La nuestra, la de los 36 municipios del entorno de Barcelona, es una rara avis catalana. La España de las autonomías se zampó de un bocado la visión urbana del territorio. Así nos va. Y no parece que vaya a cambiar a corto plazo.

Habrá quien pueda intuir en este plan expansivo una suerte de panbarcelo­nismo. Las largas décadas de urbanismo colonial, que externaliz­aron los costes de la ciudad central a los territorio­s de la periferia, aportan fundamento a esa sospecha. No obstante, encaramado­s de nuevo en el Turó de Montcada, se puede llegar a la conclusión de que ese viejo modelo hace años ya que es impractica­ble. No pasará. Aunque, es cierto, queda mucho por restaurar.

¿Tiene sentido cambiar de escala y hablar de la región metropolit­ana? Lo cierto es que hay motivos para pensar que el tamaño importa. Insistente­mente, en el último decenio, los sucesivos informes del Comité de las Regiones de la Unión Europea vienen advirtiend­o de cómo las tasas de crecimient­o superiores en Europa se concentran en las grandes capitales urbanas de los Estados. O eres grande o te hacen pequeño.

El nuevo plan define misiones en ámbitos como los de la economía, la igualdad, la vivienda o la cultura

Maragall impulsó en 1988 el primer debate centrado en Barcelona, en el 2003 se amplió al área metropolit­ana

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Xavier Cervera El corredor del Besòs, uno de los ejes de la región metropolit­ana, visto desde el Turó de Montcada
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