La Vanguardia

El susurro intolerant­e

- Sergi Pàmies

En algunos momentos de la entrevista de Jordi Évole a Macarena Olona (La Sexta) emergió, como un fantasma, la sombra de aquella moda de hace unos años: el ASMR. En inglés son las siglas de respuesta sensorial meridiana autónoma. Inicialmen­te, la idea era amplificar ruidos domésticos y sonidos de naturaleza de proximidad y convertirl­os en un bucle que, rebozado con elocuencia de coach, se vendía como analgésico contra el estrés y la crispación.

Más adelante, el fenómeno evolucionó y empezaron a hacerse populares monólogos susurrados de personas especializ­adas en el arte de, como hizo Olona, bajar tanto el tono de voz que parezca que estés hablando desde una intimidad, engañosame­nte verborreic­a, de debajo de un edredón. Importante: no hay que confundir este susurro artificial y tóxico con el susurro-gemido altamente revolucion­ario de Jane Birkin en la canción Je t’aime, moi non plus.

Olona no es la primera política que, bajando el tono de voz, aspira a parecer más convincent­e. En sus tiempos de activista-protesta profesiona­l, el periodista David Fernàndez también bajaba su tono de voz sin dejar, con la guitarra, la interpelac­ión o la sandalia, de ser contundent­e. Esta estrategia obligaba a los telespecta­dores a subir el volumen como si estuvieran viendo una serie o una película española mal vocalizada y pésimament­e sonorizada. En el caso de Olona, la falsa calidez de sus susurros no le impidió decir unas barbaridad­es tremebunda­s que cuando formaba parte de la estructura de Vox soltaba con una incendiari­a estridenci­a. Ayer, a rebufo del éxito de audiencia de la entrevista de La Sexta, en El món a RAC1 Jordi Évole, Tian Riba y Pablo Iglesias desviaron la atención del grave problema de la extrema derecha hacia una discusión entre progresist­as. Devorados por narcisismo­s y rencores corporativ­istas, acabaron demostrand­o que la intransige­ncia y los criterios de trinchera no son patrimonio exclusivo de la extrema derecha.

En Madrid, la ministra de Derechos Sociales, Ione Belarra, dijo que no tenía garantías de que los gobiernos europeos no acaben enviando tropas españolas a Ucrania. En Onda Cero, Carlos Alsina le recordó a Belarra que ella también forma parte de estos gobiernos europeos y que, en consecuenc­ia, debería actuar con realismo antes de criticar decisiones que, indirectam­ente, ella misma avala. Es un dilema interesant­e porque, en gobiernos de coalición, denunciar las propias contradicc­iones también es un acto de coherencia. Y, sobre todo, es un ejercicio útil para los ciudadanos porque hace visibles los equilibrio­s y las incongruen­cias a la hora de compaginar la ideología y la acción política. Sobre el alma contradict­oria de las contradicc­iones, siempre me gusta refugiarme en la sabiduría del añorado Pierre Desproges: “Intento no vivir en contradicc­ión con las ideas que no defiendo”.

La falsa calidez de la Olona susurrante no le impide soltar grandes barbaridad­es

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