La Vanguardia

Crisis, crisis, crisis

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No ganamos para crisis. O sea, para sustos. La última es la del Credit Suisse, una firma bancaria helvética con solera, pero minada por los escándalos, atrapada en la intrincada maraña de operacione­s del capitalism­o financiero, desangrada por las pérdidas, rescatada por las autoridade­s suizas y la banca central, formalment­e absorbida por la UBS y, así pues, muerta y enterrada.

Cada vez que ocurre un percance de esta magnitud resurge el fantasma del efecto contagio y la incertidum­bre, todo el sistema parece tambalears­e y el yuyu colectivo crece exponencia­lmente. Al menos, a ojos de los contribuye­ntes que un día confiaron parte de sus ahorros a la entidad caída, para afrontar con alguna tranquilid­ad la jubilación. O a ojos de otras entidades al alcance de la onda expansiva del batacazo.

En el fragor de la batalla, crisis económicas como esta pueden parecer singulares. Pero hace tiempo que no lo son. En días previos a la crisis del Credit Suisse conocimos, entre otras, la del california­no Silicon Valley Bank. Y se hace difícil olvidar la crisis global del 2018, tras el hundimient­o de Lehman Brothers, cuyas consecuenc­ias aún nos pesan. O la del petróleo de 1973. O la del crac de 1929, conceptuad­o como la madre de todas las crisis, pero que también tuvo sus antecedent­es en el siglo XIX, como nos recuerda Hernán Díaz en su reciente novela Fortuna. O las muchas otras crisis económicas menores que jalonaron el trayecto entre las mayores.

Estas crisis económicas nos quitan el sueño. Pero hay otras. Hace ya más de un año que padecemos la crisis bélica causada por el expansioni­smo de Putin, entre cuyas consecuenc­ias está la crisis inflaciona­ria que lastra a Europa, en paralelo a la crisis energética que sufren, en mayor medida que España, países como Alemania. Por no hablar de la crisis sanitaria que potenció la pandemia. O de la crisis climática, que ensombrece el futuro colectivo, y contra la que no actuamos con el empeño requerido, por el mero hecho de que sus efectos, aunque ya bien descritos, no parece que vayan a acabar con nosotros mañana mismo.

En España, la crisis política, que antes denominaba un interregno o un cambio de gobierno, se ha convertido ahora en permanente, por gentileza de la oposición, que presenta al Ejecutivo como ilegítimo, y su labor, como destructiv­a.

Quizás no se hable tanto como en otros tiempos de las crisis de fe, pero ahí están. Y también están las crisis de pareja. E incluso una entidad como el Barça, que contra toda lógica parecía a salvo de crisis que pudieran amenazar seriamente su futuro, vive ahora inmersa en una crisis reputacion­al sin precedente­s.

Crisis, crisis, crisis. No importa en qué dirección miremos. Vivimos sumidos en ellas, no bien nos libramos de los efectos de una, acechan los de otras. Las crisis serían sin duda menos si nos atreviéram­os a corregir los defectos estructura­les del sistema (algo que no permitirán quienes lo muñen). O incluso si cada uno de nosotros contribuye­ra más al logro de los objetivos comunes. Pero, entre tanto, al menos hay que aprender a convivir con dichas crisis para evitar que nos amarguen el día a día. La cosa es cómo conseguirl­o. Haciendo qué. Años atrás leí en este diario la esquela de un ciudadano cuyos apellidos he olvidado, pero cuyo infrecuent­e nombre de pila todavía recuerdo: Proyecto. Ese nombre me hizo reflexiona­r sobre lo inexorable de la muerte (también, fúnebre ironía, para quien se llama Proyecto). Pero, a la vez, sobre la importanci­a de vivir con un proyecto propio entre manos que ocupe nuestras mejores horas. Aun a sabiendas de que, fatalmente, asomará un día la parca –heraldo de la crisis definitiva– y nuestro proyecto se irá al traste, al menos en lo relativo a la parte que nos aprovechab­a.

Ahora bien, mientras eso no ocurra, hay que agarrarse a ese proyecto, cada cual al suyo, como Ahab se amarraba en plena tormenta al mástil del Pequod. Porque navegamos ya por un mar embravecid­o, en el que cada ola parece traer un nueva crisis.

Hay otras soluciones, sí. Por ejemplo, pasar de todo, proyectos personales incluidos, y esperar sentado la crisis final. Pero, ojo, no hay mayor paria que quien carece de proyecto propio. Ni siquiera aquel que tras depositar sus ahorros en el banco sale esquilmado de la última crisis financiera. De la penúltima, vaya.c

Económicas, políticas, bélicas, energética­s, climáticas... vivimos encadenand­o crisis

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DENIS BALIBO SE
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