La Vanguardia

Nada planeado, todo a mano

Los libros de la diseñadora configuran un mobiliario cambiante y en movimiento

- Llucia Ramis

Tiene una estantería de hierro que mide tres por tres. Es como un mecano. Ha viajado de Barcelona a Tánger, pasó allí ocho años, luego se trasladó al Empordà. Y ahora va de camino a Asturias, a una casa frente al mar, donde la diseñadora Teresa helbig espera montar la por última vez. “Somos migrantes climáticos”, sonríe. Los libros que se han quedado en el Eixample no paran. Van literalmen­te de arriba a abajo. Y del showroom y el atelier, suben de nuevo al rincón de lectura, junto a su escritorio y un ventanal que da a un gran patio de manzana, en un piso modernista por el que corretean el yorkshire Mick y el jack russell Jagger.

Los libros nutren al equipo irremplaza­ble de la casa Helbig. Los hay de fotografía, de arquitectu­ra, de arte, moda. No permanecen en una biblioteca, sino que configuran por sí mismos un mobiliario cambian te yen movimiento, en el que nada está planeado y todo queda a mano. Sobre una columna de libros junto ala puerta del comedor–donde llama la atención una espléndida mesa Delfi de Marcel Breuer y Carlo Scarpa– hay una lámpara Van der Straeten. Otros se apilan alrededor de dos butacas de Le Corbusier y una silla Cesca en la que se sentará“teresa madre, la jefa za ”. La modista Teresa B lasco fue la primera maestra de Helbig. Ella le enseñó que un gran vestido necesita tiempo, y que la en lo que no se ve; en las costura s más que enloses atribuible a la edición. patrones. Lo cual también

De su padre dice que lleva dentro un paleta de la construcci­ón, y la percepción de que las cosas nunca están acabadas; heredó su pasión por la geometría. Y de ambos adquirió la paciencia, el respeto por la pausa para observar, repasar, cuidar; el gusto por el trabajo bien hecho. No es casual que regale tanto

La moda justa. una invitación a vestir con ética, de Marta D. Riezu. De la misma autora veo Agua y jabón. Apuntes sobre elegancia involuntar­ia, en edición de Terranova. Durante más de veinticinc­o años, las piezas de teresa helbig se han lucido en sinfín de pasarelas y alfombras rojas( o de color champán, como en la pasada celebració­n de los Oscars). Y aunque los libros son cada vez más prescindib­les en su profesión, ella es una romántica, amante de la fotografía y el papel. Nadie le quita el placer de ir pasando páginas y detenerse en los detalles. Por ejemplo para observar los materiales y mármoles de que están hechas las escaleras de Milán, selecciona­das por Karl Kolbitz; o los tejidos japoneses; o la obra de Pierre et Gilles; o los retratos de Snapshots of Dangerous Women, de Peter J. Cohen.

Muchos los ha comprado en sus viajes. Entonces va a la caza: “Soy la persona que menos se orienta del mundo, pero encuentro siempre el barrio de moda”. El subidón del momento hace que vuelva cargada de tochos que podría haber encargado desde aquí; vino de París con volúmenes enormes de Bruce Weber, Coco Chanelo Tim Walker. Le gustan las miradas únicas, las propuestas personales. Experiment­ó el síndrome de Stendhal en una exposición de Alexander Mcqueen, en el V&A Museum de Londres; era tanta la belleza que tuvo como un golpe de ansiedad, no podía contener las lágrimas. Pero en los años 80 y 90, cuando trabajaba de escaparati­sta, viajar no era tan fácil, y los libros le enseñaban lo que pasaba en el mundo, le servían de contexto y de referencia. Las revistas también. En el actual quiosco Free Time de la calle Urgell, le dejaban leerlas cuando no podía permitirse comprarlas; ahora son el proveedor de publicacio­nes internacio­nales de Teresa Helbig.

Ella lee sobretodo los fines de semana, mientras toma té verde, y cada mañana la prensa con su marido, Chema Paré. Cero ficción. Sí biografías –“soy una cotilla”, ríe–, de Karl Lagerfeld, de Yves Saint Laurent. No lee tanto como le gustaría, por culpa de las series y porque es de las que aún van al cine. Y porque la ciudad no se le acaba. Tal vez, en su educación slow, contribuye­ra la colección por fascículos

El mundo de los animales, cuando era pequeña. Cada uno valía unas veinticinc­o pesetas. Se vendían con una frecuencia semanal, así que había que esperar. Al final, los encuaderna­ban en verde y oro; ella no soportaba el tomo dedicado a los reptiles. Los guarda en una maleta louis vuitton que utiliza como mesita de noche.

Helbig compró muchos de los libros de su peculiar biblioteca durante sus múltiples viajes

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La diseñadora es una gran amante de las biografías $ se declara “una cotilla” de vidas ajenas. Desta% can las de &ves 'aint Laurent $ *arl Lagerfeld
Barc lronu Parra / Shooting Cero ficción La diseñadora es una gran amante de las biografías $ se declara “una cotilla” de vidas ajenas. Desta% can las de &ves 'aint Laurent $ *arl Lagerfeld
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Joan Mateu Parra / Shooting
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