La Vanguardia

(Casi) Nada es lo que parece

La inteligenc­ia artificial despierta miedos lógicos. Muchas profesione­s están amenazadas por una revolución tecnológic­a que no puede sustituir la fuerza laboral humana que todavía necesita de sus manos (¡fontaneros, sois el futuro!)

- Daniel Fernández

Opara decirlo en castizo, las apariencia­s engañan. Veamos un ejemplo de la semana pasada; moción de censura contra Pedro Sánchez y, mientras el candidato Tamames defiende en el Congreso de los Diputados no se sabe bien si el pasado o el futuro, el líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, se va a la embajada de Suecia y la broma, la parodia, la ironía, casi se escribe sola: Feijóo se hace el sueco. Es decir, se hace el despistado o el indiferent­e, da largas y hace ver que la cosa no va con él. Todo el mundo entiende la expresión y más de uno debió pensar que no podía ser casualidad que Feijóo pasase ese día, justamente ese día, entre suecos.

Y sin embargo, y pese a lo que opinen algunos, es difícil que la frase hecha española tenga nada que ver con el país escandinav­o. Más bien deriva de una voz latina, soccus, que ha sido fecunda y se ha extendido por buena parte de Europa. Soccus, en latín, designaba un tipo de calzado muy simple, como una babucha, típico de los comediante­s, una zapatilla más que un zapato, y desde luego mucho más humilde que los coturnos que calzaban los actores que representa­ban tragedias. Cómo pasó el soccus latino a designar el calzado rústico de cuero o de madera de los campesinos es todavía un relativo misterio para los etimologis­tas, pero resulta meridiano que la voz hizo fortuna y que fructificó en sock, que es cómo los ingleses llaman al calcetín, por ejemplo, y mucho más claramente en el zueco español, de donde derivan otras palabras similares como zoquete, que es tanto un taco de madera corto y grueso como alguien que tiene dificultad­es para entender las cosas. En catalán llamamos soca a lo que en castellano es un tocón, la parte del árbol que queda en tierra tras talarlo. Ese tronco ya casi muerto, aunque todavía conectado con sus raíces, es también una buena metáfora de lo que vivimos hace unos días, pero mejor no me meto en ese bosque petrificad­o y vuelvo a donde estaba…

Que soccus acabase derivando en un diptongo y dando sueco es fácil de defender por similitud con la evolución de muchos otros términos latinos. La cuestión sería saber cuándo empezó a usarse una frase, hacerse el sueco, que tal vez es anterior a la propia existencia del reino de Suecia. Así las cosas, yo me inclino por pensar que hacerse el sueco era, en román paladino, hacerse el leño, hacerse el tronco de árbol muerto, o sea, hacerse el dormido o el insensible. Pobres suecos, que cargan ahora entre nosotros con una mala fama de gentes frías e indiferent­es que tal vez no les correspond­e (aunque más asombroso es que los finlandese­s encabecen años tras año el ranking de los ciudadanos más felices del planeta).

Ya lo ven, casi nada –por no ser engreídos ni maximalist­as– es lo que parece. Y mucho menos ahora, cuando vivimos rodeados y escrutados por toda suerte de cámaras y micrófonos, pero somos incapaces de legislar sobre el nuevo monstruo que, esta vez sí, va a suponer un cambio realmente disruptivo en nuestras vidas. La inteligenc­ia artificial, todavía no bien regulada, empieza a asomar su cabeza de hidra y despierta miedos lógicos y esperanzas de mayor beneficio para unos pocos. Muchas profesione­s están amenazadas por una revolución tecnológic­a que no puede

Somos incapaces de legislar sobre el nuevo monstruo que, esta vez sí, va a cambiar nuestras vidas

Hagan la lista: la IA promete prescindir de notarios, conductore­s y, por qué no, periodista­s

sustituir a la fuerza laboral humana que todavía necesita de sus manos (¡fontaneros, sois el futuro!) pero que, blockchain mediante, promete prescindir de notarios y registrado­res o, gracias a una inteligenc­ia artificial que crece día a día, hará que los traductore­s dejen de ser relevantes. Hagan su lista: conductore­s de camiones o maquinista­s de ferrocarri­l, pilotos de líneas aéreas, tal vez soldados, incluso editores y, por qué no, periodista­s. Ya es difícil distinguir qué es una noticia cierta de otra que no lo es. Y la verosimili­tud es la virtud más fácil de imitar. Estamos entrando descalzos en un mundo de incertidum­bres y necesitarí­amos ir, perdón por abusar de la metáfora, muy bien calzados. Para que siga habiendo derechos de autor y para que sigamos siendo los autores de nuestros derechos.

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SIMON WOHLFAHRT / AFP Imagen creada mediante IA por Julian van Dieken a partir de la obra de Vermeer
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