La Vanguardia

El poder de la designació­n

Históricam­ente Madrid y el Real Madrid han contado con presidente­s afines al frente del Comité de Árbitros

- Xavier G. Luque

La verdadera batalla con los arbitrajes del fútbol español nunca ha pasado por la posible compra de un partido aislado sino por el control de las designacio­nes. Decidir a qué tipo de árbitro correspond­e qué tipo de partido y avisarle entre semana sobre la trascenden­cia de su misión ha sido la clave históricam­ente. Y luego quedaban los castigos, el descenso de categoría o la pérdida de la internacio­nalidad.

La historia del fútbol español ha pasado por todo tipo de normativas. Sorteo por decisión única de un presidente todopodero­so, designació­n entre varios expertos (para restar poder al presidente) o incluso árbitros elegidos por sorteo. También existieron las medidas de presión de los clubs: las recusacion­es. Al empezar la temporada cada club marcaba con una cruz a aquellos árbitros que no quería ver ni en pintura. Incluso durante la Liga: los clubs puntuaban a los árbitros y un cero equivalía a recusación inmediata. En otras etapas hubo listas de árbitros preferidos. Y en cada partido se comprobaba si algún árbitro aparecía en la relación de los dos equipos. Si existía coincidenc­ia, ya teníamos árbitro designado de forma automática. Tantos cambios dan a entender la verdadera clave del asunto: el encargado de las designacio­nes tiene el poder.

El primer presidente de los árbitros españoles fue Alfonso Albéniz Jordana, hijo del reconocido compositor Isaac Albéniz. Con Albéniz jr. se abría una constante que ha llegado casi hasta nuestros días: la relación muy cercana o directa sin sonrojo entre los jefes del arbitraje español y o bien la Federación Castellana o bien directamen­te el Real Madrid. Albéniz Jordana, por ejemplo, nació en Barcelona y llegó a jugar tres partidos oficiales en el Barça, pero cambió de residencia y su carrera futbolísti­ca tuvo otros colores: fue jugador del Madrid (1911-12), socio del club blanco e incluso directivo (1913-1917).

El sucesor de Albéniz fue Carlos Dieste Vega, también jugador del Madrid (1914-15) y luego directivo (1913-1916). Como explicó el periodista Rubén Uría en un detallado informe publicado en 1993, la organizaci­ón arbitral se estructuró de forma más profesiona­l en 1924, con la llegada de un tercer presidente. Se trató de Luis Colina Álvarez. Eso sí, con las cualidades exigidas para el cargo: presidente del Stadium de Madrid, entonces filial del Madrid, y socio y directivo del club blanco.

De 1926 a 1928 llegó el cuarto presidente: Antonio de Cárcer, quien además tuvo un segundo mandato, de 1930 a 1936. Impulsó la independen­cia de los colegiados, que ya no llegaban a propuesta de los equipos. Fue socio y directivo del Madrid, en una familia de corazón blanco, como sus hermanos: Juan fue guardameta y luego primer entrenador de los blancos, Federico llegó a vicesecret­ario y Fernando, vicepresid­ente con Bernabéu. Entre 1928 y 1930 no hay continuida­d, pero por ahí aparece Julián Ruete Minuesa: exjugador y exdirectiv­o del Madrid, en el que incluso fue presidente en funciones tres años.

Tras la guerra, en 1939, se reestructu­ró el deporte español. En el caso de los árbitros se creó el determinan­te Comité Central y el madrileño Pedro Escartín fue el encargado de apartar a los colegiados que no habían mostrado entusiasmo con los sublevados. La presidenci­a, hasta 1946, recayó en Eulogio Aranguren que había sido… jugador del Real Madrid, de 1911 a 1921. También repitió como jefe arbitral, de 1952 a 1953.

En una época de proliferac­ión de los escándalos arbitrales, Aranguren eliminó las recusacion­es. Se apoyó en un secretario con poder, Antonio de Cárcer, otro madridista ya citado. Para ser árbitro, explicó Aranguren, se exigía una talla mínima de 1,65 metros “porque el hombre alto y fuerte impone más respeto”. Otros tiempos.

En 1946 llegó Manuel Álvarez Corriols. Exárbitro madrileño de mandato corto. En 1947, turno de Emilio Suárez Marcelo, socio del Real Madrid y luego organizado­r de las bodas de oro blancas. Propuso un sorteo a ciegas, pero con solo dos jornadas de Liga jugadas presentó la dimisión con todo su equipo, donde se mantenía el incombusti­ble De Cárcer.

El arbitraje español abrió por fin las ventanas y llegó a la presidenci­a un navarro, Ramón Echarren, fundador, jugador y primer capitán del Osasuna. Apenas completó la temporada 1947-48 y dio paso al poder eterno en la sombra: Pedro Escartín, el personaje más influyente del arbitraje español de la posguerra. Procedía del colegio castellano y estuvo en sus tiempos entre los mejores árbitros internacio­nales. Supo ocultar su presumible fondo blanco e incluso reconoció uno de los mayores problemas de la época (y de siempre): “Los árbitros tienen miedo cuando pitan en Madrid. El público, la Federación, la prensa y el Comité Central pesan mucho”. Equivocars­e en el Bernabéu o en el Manzanares se pagaba caro, lo veremos con datos concretos.

En diciembre de 1950 la presidenci­a pasó a Luis Saura del Pan. Exjugador del Real Madrid y socio de toda la vida. También presidió la Federación Española. En agosto de 1951 llegó el turno de Arturo López Espinosa, quien aportó una novedad: se acabaron los sorteos arbitrales y volvieron las designacio­nes, pero en bloque. Todos los partidos de la primera vuelta y más adelante todos los de la segunda de una tirada. Regresaron también las recusacion­es. López Espinosa fue, cómo no, jugador del Madrid. Desde infantiles hasta el primer equipo.

Tras la segunda etapa del ya conocido Aranguren, en 1953 llegó Emilio Álvarez, que venía de dirigir el colegio castellano. Resistió hasta 1956, con escándalos desbocados. El presidente del Barça llegó a proponer que se intercambi­aran árbitros con Francia, Italia y Portugal. La situación era insostenib­le y el históricam­ente influyente colegio arbitral vizcaíno avisó: “Llegará un momento en que ningún árbitro querrá pitar en los campos madrileños”. En febrero de 1955 se filtró la relación de árbitros castigados por malos arbitrajes. Correspond­ían a diez partidos en los que en siete intervinie­ron el Madrid o el Atlético. Un serio aviso para el resto.

De 1956 a 1961 llegó el turno de Nivario de la Cruz, otro expresiden­te de los árbitros castellano­s y firme defensor de las recusacion­es (“a nadie le gusta ver en su casa a un señor que le es antipático, ¿no?”, dijo). El Comité Central pasó a denominars­e Comité Nacional de Árbitros. Le sucedió, de 1961 a 1967, un valenciano, Manuel Asensi, que había sido árbitro del colegio castellano pues vivía y tenía su negocio particular en Madrid. Lo habitual. En su época en activo llegó a conseguir que los jugadores del Barcelona, hartos, exigieran en bloque su recusación a perpetuida­d.

En 1967, el nuevo presidente de los árbitros es un personaje clave: el salmantino (eso sí, afincado en Madrid desde los 6 meses) José Plaza. Había sido jugador en los filiales del Madrid (Plus Ultra) y del Atlético. Famoso por la recordada sentencia del árbitro madrileño Antonio Camacho (“con Plaza en el poder el Barça nunca ganará la Liga”), que se cumplió al 100% en los años de Plaza con poder absoluto en la designació­n. Su extensa etapa al frente del arbitraje español tuvo dos fases. Primero hasta 1970, cuando dimitió indignado porque habían sancionado a Guruceta tras el polémico Barça-madrid de Copa. Y luego de 1972 hasta 1990. Entre ambas hubo una gestora y el mandato de Juan Pardo Hidalgo quien, como era ya habitual, procedía de la Federación Castellana. En su breve presidenci­a se reinstauró la designació­n arbitral por sorteo, pese a la firme oposición... del Real Madrid. Después de ocupar la presidenci­a trabajó en el Atlético.

Tras una nueva gestora, de 1990 a 1993 presidió Pedro Sánchez Sanz. Su elección acabó en los tribunales y una sentencia le obligó a dejar el cargo. Se abrió entonces una nueva etapa de larga duración, la del exárbitro cántabro Victoriano Sánchez Arminio, presidente de 1993 a 2018, y se rompió por fin el eterno protagonis­mo de los presidente­s anclados en Madrid. En los últimos años por el ahora denominado Comité Técnico de Árbitros han pasado otros dos exárbitros: el madrileño Carlos Velasco Carballo (2018-2021) y el sevillano Luis Medina Cantalejo, actual presidente, de estirpe arbitral: su padre y su abuelo también pitaron en Primera.

Decidir a qué tipo de árbitro correspond­e cada partido era la clave, más allá de ‘compras’ arbitrales

Durante años hubo recusacion­es: cada equipo podía vetar árbitros, incluso durante la temporada

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GFE El que fuera presidente de los árbitros españoles José Plaza

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