La Vanguardia

Inmersión: ¿un modelo de éxito?

- Laura Freixas

La inmersión lingüístic­a es un modelo de éxito”, declaró la autoridad que inauguraba el evento. Luego hizo lo que hacen todas las autoridade­s que inauguran eventos: asegurar que le encantaría quedarse a escuchar las ponencias… pero que su apretada agenda… y marcharse.

Fue una pena. Porque la I Jornada de políticas lingüístic­as dentro de una España federal, que la asociación Federalist­es d’esquerres celebró el pasado 11 de marzo, se dedicó precisamen­te a preguntars­e si la inmersión lingüístic­a (monolingüe en catalán) es un éxito. La respuesta depende de cómo definamos el éxito.

Desde un punto de vista puramente educativo, hay un hecho preocupant­e: el elevado abandono escolar prematuro, sobre todo de chicos extranjero­s, con el consiguien­te riesgo de exclusión social, como explicó la profesora de Antropolog­ía Social Silvia Carrasco. ¿Importa ese dato? Importa si importa el alumnado; si el objetivo es dar las máximas oportunida­des a todas y todos, sea cual sea su origen. No importa mucho, en cambio, si el objetivo no son las personas, sino la lengua.

¿Qué intentan conseguir las políticas lingüístic­as educativas? ¿Aplicar el derecho –negado durante el franquismo– a estudiar en lengua materna? Se aplica, en efecto, a quienes se definen como catalanoha­blantes (el 36%, según el Institut d’estadístic­a), pero no a la mayoría de la población catalana, que es castellano­hablante (46%). ¿Garantizar un buen nivel de catalán? Sin duda se consigue, aunque también podría hacerse sin excluir la otra lengua oficial. ¿Y un buen nivel de castellano? Suele decirse que el alumnado catalán lo conoce tan bien como quienes estudian en Toledo o Valladolid, pero no puede demostrars­e, porque las pruebas no son las mismas. Se dice también que el castellano no necesita estudiarse a fondo en la escuela porque se aprende en la calle o en la tele, pero ni la tele ni la calle enseñan el castellano culto, necesario para hacer carrera fuera de Catalunya.

¿Será que el verdadero fin de la inmersión lingüístic­a no es ninguno de los que he enumerado, sino otro: convertir la sociedad catalana en monolingüe? Si ese es el caso (como opinó el historiado­r Joaquim Coll), es un empeño de legitimida­d discutible (sería poner la escuela al servicio de finalidade­s no educativas, sino políticas), pero que, además, no está siendo eficaz. Sucede con el catalán lo mismo que con el euskera –señaló la exvicecons­ejera del Gobierno vasco Lurdes Auzmendi–: su conocimien­to aumenta, pero su uso social se estanca o disminuye, porque es percibido como una imposición. Tal vez, a fin de cuentas, lo que pretende y sí consigue la educación monolingüe es dejar clara una determinad­a jerarquía entre las lenguas, y en consecuenc­ia, entre las comunidade­s respectiva­s.

Quizá el elefante en la habitación de las políticas lingüístic­as consiste en el hecho, evidente pero que no se quiere ver, de que la sociedad catalana es bilingüe. Por eso no es adecuado el argumento habitual de que “un andaluz o una boliviana en Catalunya tienen que estudiar en catalán igual que en Francia estudiaría­n en francés”. Tampoco se puede comparar el caso español –explicó el catedrátic­o de Derecho Constituci­onal Alberto López Basaguren–, en el que hay una lengua conocida por todo el mundo, con países como Suiza o Bélgica, formados por comunidade­s monolingüe­s.

Ni es convincent­e el argumento de que, si en Catalunya hay dos lenguas, es porque la segunda fue impuesta a sangre y fuego. No es cierto –buena parte de la sociedad empezó a usar el castellano como lengua culta mucho antes de 1714–, y aunque lo fuera, no es justo discrimina­r por ello a las y los castellano­hablantes actuales. Como dijo Ana Losada, presidenta de la Asamblea para una Escuela Bilingüe: “¿Tiene que renunciar mi hija a sus derechos lingüístic­os porque Franco fuera un dictador?”.

Federalist­es d’esquerres se fundó en el 2013. Que haya tardado tanto en atreverse a debatir sobre políticas lingüístic­as, a pedir que se den también asignatura­s en castellano en la escuela, y que el catalán se incorpore a institucio­nes españolas, como el Senado, es un síntoma de hasta qué punto este tema levanta pasiones. Pero eso no ha de hacernos cejar en el empeño. Como dijo Mireia Esteva, su presidenta, al inaugurar la jornada, toda política pública debe poder evaluarse. También la política lingüístic­a.

El conocimien­to del catalán aumenta, pero su uso social disminuye porque se percibe como una imposición

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