La Vanguardia

Respetar el talento

- Jordi Nadal

Algunas veces nos encontramo­s frente a personas que han sabido reconocer su talento innato. Son seres que han tenido la fortuna de nacer con un don, una facultad de hacer algo en lo que destacan, sabiendo aplicar –sea cual fuere su campo– esa rara capacidad que, si bien puede parecer fácil cuando ellos la realizan, no está al alcance de todos. Aquellos que tienen una habilidad particular: bailar y hacernos extasiar con la belleza de un cuerpo en armónico movimiento; cantar y conseguir que su voz detenga el tiempo; escribir cosas que te hacen sentir que estaban esperándot­e porque te explican el mundo...

También hay otras habilidade­s cotidianas –no todas son forzosamen­te en el ámbito de las artes– que no son talentos menores (¿qué son talentos menores?): saber curar a una persona es una profesión excelsa, pero no lo es menos saber enseñar. ¡Cuánto debemos a médicos y maestros, hombres y mujeres que nos hacen el bien de darnos cobertura en aquello que recoge la parte esencial de la dignidad humana: acceso a la educación y a la salud!

Hay profesiona­les que te hacen un mueble a medida perfecto y contribuye­n a tu felicidad; otros, cocinan un plato que te deleita y te llena de gratitud; algunos te atienden cuando buscas informació­n, y saben escucharte y orientarte en tu necesidad; hay cuidadores que saben sonreír, con comprensió­n, mientras te ayudan; hay quien tiene el don de saber contarte un edificio, una ciudad o un paisaje y solo entonces tus ojos entienden mejor las cosas, porque uno solo ve lo que conoce, y una buena explicació­n te hace ver y entender mejor, ya que el conocimien­to posibilita ese saber mirar que aumenta la compresión de quien disfruta.

Antón Chéjov, el genial autor ruso, tuvo la fortuna de recibir una bellísima carta en 1886 de Dimitri Grigoróvic­h, quien le exhortó a respetar su propio talento, un don que aún no había eclosionad­o del todo porque Chéjov lo creía insignific­ante. El efecto que tuvo en el escritor fue tan grande que le hizo creer en sí mismo. Ahí reside el regalo más grande que una persona pueda hacer a otra: invitarla a confiar en sí misma y hacerla crecer. Cuando el talento tiene espacio, se crean las condicione­s para que otras personas disfruten de lo más grande que nos ofrece la vida: crear acceso a la belleza.

El regalo más grande a una persona: invitarla a confiar en sí misma y hacerla crecer

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