La Vanguardia

20.500 euros

- Rocío Martínez-sampere

Si ganas 20.501 euros brutos anuales, eres de la mitad más rica de España. Si superas los 44.000 euros, eres del 10% más rico. Así nos lo cuentan los datos de la World Inequality Database, magníficam­ente explicados, como siempre, por Kiko Llaneras.

También Llaneras nos cuenta de otro estudio de Raj Chetty (economista de Harvard que estudia la movilidad social con datos administra­tivos masivos), que, usando 21.000 millones de datos de Facebook, demuestra que nos relacionam­os con gente de nuestro mismo nivel socioeconó­mico, cada vez más. Nos casamos, trabajamos, nos hablamos o nos reímos con gente que se nos parece. Las burbujas de las redes también son burbujas reales.

Ayala y Cantó publicaron hace unos meses una radiografí­a de la desigualda­d en España en los últimos 50 años. Con algunas conclusion­es tan importante­s que me permitirán que se las enumere: 1) España permanece entre los países más desiguales de la UE. 2) Desde la crisis del 2008, la peor evolución la han registrado las rentas bajas, siendo el país donde aumentaron más las diferencia­s. 3) El grupo de población con rentas medias se está reduciendo. Su peso es menor que hace 30 años e inferior al que tiene en los países ricos. 4) Desde el 2010 se ha cronificad­o la pobreza y, en especial, la pobreza infantil. 5) Las primeras evidencias apuntan a que la pandemia ha supuesto un aumento de la desigualda­d y la pobreza mayor al del resto de los países de la UE.

Por mucho que ta mames nos haga perder el tiempo, estarán ustedes de acuerdo que temas como este son mucho más importante­s y, misteriosa­mente, han desapareci­do del debate público. En la anterior crisis, el tema de la desigualda­d

Hay que dedicar más esfuerzos a actuar para hacer más efectivo el Estado de bienestar

estaba mucho más presente en nuestro debate y, casi me atrevo a decir, que en el origen de gran parte del malestar que modificó las estructura­s políticas en España y en otros países europeos, aunque –a los datos me remito– haya servido para poco.

Es verdad que la crisis actual tiene mucho de incertidum­bre –con una macro y una micro que no casan– y mucho de exógeno (virus, Putin…) y encuentra otra actitud de los responsabl­es políticos: los hombres de negro han desapareci­do del radar. Pero ninguno de estos es motivo suficiente, más bien al contrario, para olvidarnos de que una parte del origen del malestar, la desigualda­d, sigue ahí. Y aumenta.

No es solo comprensib­le, sino también convenient­e, que los gobiernos respondan como puedan a las policrisis que van surgiendo. Ya lo decía Raimon Obiols, “qui fa el que pot no està obligat a més”. Estaríamos peor sin los ERTE, la subida del salario mínimo o los fondos Nextgen. Pero tampoco es lógico que no se dediquen esfuerzos a pensar y a actuar para mejorar la predistrib­ución, hacer más eficiente la redistribu­ción y más efectiva la administra­ción de los estados de bienestar.

Igual es solo un problema mío, pero sigo sin entender cuál es el plan: muchas ayudas de baja intensidad universale­s con casi ningún efecto redistribu­tivo (como la ayuda a los carburante­s o los 200 euros anuales), poca eficacia en ayudas como el salario mínimo que no llegan a quien más lo necesita, una reforma fiscal inexistent­e o menos inversión de la necesaria en sanidad o educación.

La economía social de mercado del siglo XXI debería seguir buscando cómo reformar para mejorar el Estado de bienestar y acompañar (más que burocratiz­ar) al mercado para afrontar los grandes retos económicos como la transición verde. Tenemos un año electoral por delante. ¿Vamos a hablar de esto? No lo creo. Pero se aceptan apuestas.c

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