La Vanguardia

Atmósfera cargada

- Lluís Foix

La calle es un espacio de protesta en las sociedades democrátic­as cuando los gobiernos no satisfacen las necesidade­s o intereses de amplios grupos de ciudadanos. Las manifestac­iones son habituales en los sistemas libres. Hemos visto cómo cientos de miles de franceses salían varios días a las calles de muchas ciudades para protestar por la reforma de pensiones, impulsada y aprobada por decreto por el Gobierno, a pesar de la presión y la violencia de los manifestan­tes. Macron no ha hecho caso.

El descontent­o social con una fuerte carga ideológica ha explosiona­do en las calles israelíes con protestas multitudin­arias en la ciudad de

Tel Aviv para impedir que el Gobierno Netanyahu apruebe una ley, que rompe de hecho con la división de poderes y que otorga al ejecutivo y al legislativ­o un control sobre el poder judicial. El lunes unos cien mil israelíes protestaro­n ante la Kneset, con las banderas nacionales en las que está estampada la estrella de David.

Figuras tan relevantes como Shlomo ben Ami, exvicepres­idente del Gobierno laborista israelí, han salido al paso con vehemencia ante la temor de que Israel deje de ser un país democrátic­o. Las protestas no tienen un fundamento social sino marcadamen­te ideológico, político e institucio­nal. Presionado por la calle, por periodista­s, políticos de la oposición y el mismo presidente de la República, Netanyahu ha cedido a las protestas y ha aplazado la aprobación de la reforma judicial “para prevenir un conflicto civil”.

Un estadista no debe gobernar desde la calle sino desde las institucio­nes. Pero cuando las protestas son tan multitudin­arias y duran tantos días es bueno detenerse y pensar qué razones hay para un descontent­o tan extendido y persistent­e. Y actuar en consecuenc­ia.

Cuentan de Luis XVI que se fue de caza el 14 de julio de 1789 y al regresar de un día caluroso en los campos cercanos a Versalles escribió en su diario “rien”, nada, y que al oír el alboroto al levantarse al día siguiente preguntó si había una revuelta. El duque de La Rochefouca­uldliancou­rt le contestó: “No, señor, no es una revuelta, es una revolución”.

Cuando los debates salen de las institucio­nes y se celebran popularmen­te en las calles es que algo no funciona en la vida de una sociedad democrátic­a. Las huelgas, las protestas y las críticas son derechos intocables que hay que respetar porque están amparados por las constituci­ones de países libres. Las autocracia­s y dictaduras no tienen ningún problema, porque aplican la fuerza y se saltan las leyes sin tener que rendir cuentas a los que protestan o a la opinión pública.

Jean Monnet, el gran artífice de la Unión Europea, decía que “nada es posible sin las personas, pero nada perdura sin las institucio­nes”. Posiblemen­te tendría en mente a Napoleón III, el último monarca que reinó en Francia, republican­o y emperador, romántico, liberal y socialista utópico, que fue el precursor del que sigue a rajatabla lo que quiere el gran público y acaba criticado e incluso rechazado por quienes en algún momento le aclamaron. En su caso perdió el trono, fue derrotado por el ejército de Bismarck y perdió Alsacia y Lorena, que pasaron a ser tierras de la Alemania unificada. El primer ministro británico del momento, Benjamin Disraeli, dejó escrito que la unificació­n alemana era más importante que la Revolución Francesa.

La política consiste también en saber decir no, pero sin apartar las antenas de lo que pide y siente la gente. Felipe González dijo al no conseguir la mayoría absoluta en las elecciones de 1993: “He entendido el mensaje de los ciudadanos: quieren el cambio del cambio”. A los tres años, José María Aznar entraba en la Moncloa y Pujol le garantizab­a la investidur­a con el célebre pacto del Majestic de 1996.

Son tiempos de general descontent­o. Por la subida del coste de la vida, por la guerra de Ucrania, en la que estamos implicados, por la crispación ambiental y por las divisiones profundas en todas las sociedades europeas y americanas que se rebelan contra los gobiernos o, desde el poder, se desprecia a la oposición y a todos los que disienten. Una atmósfera cargada.

El tiempo dirá si Macron aguantará el desafío multitudin­ario en las calles francesas o si Netanyahu volverá con su reforma judicial en unos meses. O la política vuelve a las institucio­nes o entraremos en un periodo de grandes e inesperada­s convulsion­es.c

O la política vuelve a las institucio­nes o entraremos en un periodo de inesperada­s convulsion­es

 ?? Ohad Zwigenberg / AP ??
Ohad Zwigenberg / AP
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain