“Las cancillerías creían que si tenía que ocurrir algo en España sería en Barcelona”
Todo el mundo veía que en la ciudad ocurriría algo, era la capital que podía causar un incendio en España. Por tanto, era lógico que fuera un foco para la actividad diplomática”. Por eso, continúa, cuando un gobierno nombraba un cónsul en Barcelona, no destinaba a un diplomático de rango bajo, sino que el nombre se analizaba detenidamente porque tenía una carga política importante y, muy posiblemente, acabaría reportando directamente a su respectiva capital en lugar de hacerlo a la embajada en Madrid. “A Barcelona se iba a hacer política”.
González ha estudiado el papel de la ciudad en el contexto diplomático europeo en aquellos años en Cataluña en la crisis europea (1931-1939): ¿Irlanda española, peón francés o URSS mediterránea? (Pagès) y el papel de la diplomacia italiana en Cataluña bajo vigilancia. El consulado italiano y el fascio de Barcelona, 1930-1943 (Universitat de València). Respecto al régimen de Mussolini, explica que Barcelona era importante porque existía la necesidad de controlar a sus ciudadanos opositores refugiados en la ciudad.
Pero, por otro lado, había una prioridad geoestratégica. En la agenda del fascismo figuraba la ampliación de su área de influencia en el Mediterráneo. Barcelona, el gran polo industrial, tenía una importancia capital. Pero no se trataba solo de una cuestión económica, sino también militar, porque, en caso de una guerra contra Francia, Catalunya podía convertirse en una cabeza de puente fundamental para amenazarla desde el sur y, a la vez, poner en cuestión la supremacía naval británica en la zona. Por eso, la diplomacia italiana seguía muy de cerca lo que ocurría en la ciudad y desplegaba una estrategia de espionaje y de propaganda.
Cuando estalló la Guerra Civil, cambió de forma sustancial la naturaleza de la vigilancia a la que los países europeos sometían a Barcelona. El temor a la espiral revolucionaria llevó a países como el Reino Unido, Francia e Italia a considerar una intervención armada directa en la ciudad para proteger a sus respectivas colonias. Respecto a este último país y a Alemania, la connivencia de sus legaciones diplomáticas en la rebelión militar está lejos de ser comprobada, según ambos historiadores.
Cuando a finales de 1936 los dos países reconocieron al gobierno de Franco, abandonaron toda representación oficial en la ciudad. González indica que los responsables de esas legaciones defendieron ante sus gobiernos que había que mantenerlas porque creían que, fuera cual fuera el futuro de Catalunya, sus países tenían que estar presentes en ella, pero ni Roma ni Berlín atendieron a esos argumentos.c