La Vanguardia

Sobre maternidad y vientres de alquiler

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Una foto de la actriz y presentado­ra Ana Obregón, de 68 años recién cumplidos, abandonand­o en silla de ruedas un centro hospitalar­io de Miami, con un bebé en brazos, fruto de un vientre de alquiler, ha reavivado el debate sobre los denominado­s embarazos subrogados, que la legislació­n vigente española no permite. Motivo, este último, por el que ciudadanas y ciudadanos españoles acuden para satisfacer sus anhelos maternales a países como EE.UU. o Ucrania, dotados con una legislació­n más permisiva.

El debate de los vientres de alquiler viene de lejos, es complejo y presenta muchas facetas. Para las fuerzas situadas a la izquierda de nuestro arco parlamenta­rio, la cuestión está clara. Desde el Gobierno que preside Pedro Sánchez se ha argumentad­o que la maternidad subrogada se reduce a la utilizació­n del cuerpo de ciertas mujeres, que por lo general actúan movidas por su precaria economía y a cambio de una contrapres­tación dineraria, en beneficio de quienes no pueden realizar su deseo de maternidad, pero sí pagarlo a otra. Se suele concluir que tal deseo, siendo perfectame­nte comprensib­le, en ningún caso debe estar por encima del derecho de madres e hijos biológicos a compartir una vida digna como tales.

Esta posición, reflejada en la legislació­n española en vigor, coincide con la de los principale­s organismos interesado­s en este asunto. El Comité de Bioética de España estima que “el deseo de una persona de tener un hijo, por muy noble que sea, no puede realizarse a costa de los derechos de otras personas”; y que el contrato de gestación por sustitució­n entraña una explotació­n de la mujer gestante y un daño a los intereses superiores del menor. A su vez, el Parlamento Europeo ha condenado la gestación por sustitució­n, por considerar­la contraria a la dignidad humana de la mujer, ya que su cuerpo y sus funciones reproducti­vas se utilizan como una materia prima, lo que aconsejarí­a, a su criterio, prohibir esta práctica. Y la relatora especial de la ONU sobre la venta y explotació­n sexual de niños advierte que “la gestación subrogada es una práctica en crecimient­o que, si no se regula, va a perjudicar los derechos de las madres y sus hijos”, añadiendo que, cuando comporta transacció­n comercial, equivale de hecho a la venta de niños.

Obviamente, hay personas que opinan lo contrario, y cuyas razones pueden llegar a entenderse. La propia Ana Obregón perdió hace tres años a su único hijo, víctima del cáncer, y posteriorm­ente, con muy poco tiempo de diferencia, murieron sus ancianos padres; ahora afirma que ya no volverá a estar sola. Hay parejas de homosexual­es varones con afán de paternidad, pero sin posibilida­d de satisfacer­lo personalme­nte, que recurren a estos procesos en una medida cada día mayor que a las adopciones de hijos de familias con frecuencia desestruct­uradas (aunque dichas parejas representa­n sólo el 20% del total que recurren a vientres de alquiler). Y, por último, partidos como Ciudadanos se pronunciar­on de antiguo en favor de regulariza­r las gestacione­s subrogadas. Ayer, el PP se abrió a esta posibilida­d, si no media pago a cambio.

Pero ninguna de estas posiciones cuenta ahora entre nosotros con el debido respaldo legal. Ni la maternidad subrogada parece natural o aconsejabl­e a edades avanzadas. Ni dispone tampoco de un apoyo mayoritari­o cuando descendemo­s a los aspectos comerciale­s (puesto que gran parte de estos alquileres de vientre no son precisamen­te altruistas). Ni mucho menos cuando se consideran los vínculos bioquímico­s y psicológic­os que se establecen entre madre e hijo durante los nueve meses de gestación, y que inevitable­mente quedan cercenados cuando el fruto del embarazo es entregado a los padres finales que un día encargaron a los biológicos una maternidad subrogada.

El embarazo subrogado de la actriz Ana Obregón, de 68 años, reabre el debate

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