La Vanguardia

Teatros de la resistenci­a

- Francesc-marc Álvaro

El retorno de la exconselle­ra Clara Ponsatí del exilio es un acontecimi­ento que se presta a múltiples interpreta­ciones, algunas en función de los intereses inmediatos de los distintos sectores concernido­s en el conflicto catalán. Las redes sociales –que son una caricatura de la opinión pública– han mostrado que el gesto de la eurodiputa­da ha reavivado las trifulcas entre familias del independen­tismo, muy agrias.

De nuevo, los reproches han volado por los aires como puñales.

El relato que explica Ponsatí es que ella, a diferencia de otros políticos del procés, no acepta el dictado de la justicia española y, por eso, no acude voluntaria­mente a declarar ante el juez. Las consecuenc­ias de esta actitud tienen un alcance muy limitado: la profesora fue detenida momentánea­mente pero no fue encarcelad­a. Aprobada la reforma del Código Penal por parte del Gobierno de Pedro Sánchez a partir de la negociació­n con ERC, el único delito que pesa sobre la titular de Ensenyamen­t del 1-O es el de desobedien­cia, que no comporta penas de cárcel. Es este nuevo marco de distensión el que crea el escenario en el que aterriza el resistenci­alismo de la que abrió los colegios para celebrar el referéndum.

Dado que la política son percepcion­es, este regreso trata de proyectar dos ideas. Primera: Ponsatí encarna el espíritu más rebelde y puro del octubrismo. Segunda: Ponsatí pone en evidencia a los demás, todos los que –según su lenguaje– son “herramient­a

de la ocupación española”. Su figura conecta con la parte más intensa de los desengañad­os del procés y funciona como promesa implícita de una continuida­d heroica del mismo, que pretende trascender las siglas y cálculos electorale­s.

Por eso, a pesar de que varios dirigentes de Junts se han fotografia­do a su lado, estamos ante una mujer que va por libre y que, como ha expresado varias veces, no se siente obligada por nada que no sea su criterio. En este sentido, no es un asunto menor que el secretario general de Junts, Jordi Turull, marcara distancias con elegancia, ayer miércoles, respecto de algunas declaracio­nes hirientes de Ponsatí sobre la consellera Serret y el Govern Aragonès. Turull debe hacer tantos equilibrio­s que acabará fichado por el Cirque du Soleil.

Lo más interesant­e del teatro de la resistenci­a que interpreta Ponsatí es que nos recuerda que el procés, desde el primer día, se convirtió en una obsesiva competició­n por ver quién podía colgar al otro el sambenito de “botifler” o “traidor”. Así, se ha dicho que ERC y el Govern Aragonès han quedado descolocad­os por la aparición repentina de la exconselle­ra en el centro de Barcelona (la intervenci­ón del conseller Elena del martes por la tarde podría corroborar esta idea), pero los más directamen­te interpelad­os son Xavier Trias, Jaume Giró, Victòria Alsina y todos los dirigentes de Junts que querrían poder argumentar el mismo giro estratégic­o de los republican­os sin ser insultados en Twitter.

¿Cómo afecta la función del martes al guion del candidato Trias, con un reciente acuerdo con el PDECAT, esa parte de la familia posconverg­ente que no quiso seguir el dictado de Waterloo? Aún no lo sabemos.

Ponsatí circula por el carril pedregoso de un independen­tismo que diagnostic­a el fracaso del procés a partir de dos tesis simples pero muy arraigadas: “hemos sido engañados” y “había que poner muertos sobre la mesa”. Que este abordaje sea frívolo además de irresponsa­ble importa poco cuando algunas premisas de la política son rechazadas sistemátic­amente. Mientras Laura Borràs encarna una versión estilizada y retórica de “la confrontac­ió intel·ligent”, Ponsatí va más allá y se convierte en el símbolo de lo que el procés podía haber sido si “los políticos no se hubieran vendido nuestras esperanzas”, según los sintagmas del personal más cabreado. No es casual que Ponsatí sea quien califica de “farol” lo que hizo el Govern del que ella formaba parte en octubre del 2017.

Con todo, este teatro de gestos solemnes de Ponsatí provee las bases del procés de una épica efímera y efervescen­te contra la impotencia. El president Torra convirtió la batalla de las pancartas en el balcón del Palau en una prueba de supuesta coherencia y, a partir de ese reto, buscó también el dring épico de gran consumo. Pero el innegable capital simbólico de Ponsatí no es un capital político, y no servirá –me parece– para construir ninguna alternativ­a que vaya más allá de su estricta circunstan­cia.

Este teatro de gestos de Ponsatí provee las bases del ‘procés’ de una épica efímera contra la impotencia

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JOSEP LAGO / AFP
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