La Vanguardia

La tiranía de las ilusiones

- Joaquín Luna

No sé quién ha sido el sabio Salomón pero vivimos –y sufrimos– la tiranía de la ilusión, de modo que Ana Obregón y Clara Ponsatí son dos caras de una moneda: yo tengo una ilusión y me asiste el derecho a satisfacer­la. El cómo da igual.

Se diría que el mundo nos debe una ilusión. A usted, a mí, al niño torpe que quiere ser Messi. García Obregón perdió a un hijo –sobra añadir nada– y ha vuelto a ser madre, a los 68 años, gracias a un discutible método de ser madre (de un tiempo a esta parte –ver la cruzada contra la pornografí­a–, todo el mundo parece dar la razón a la Iglesia católica).

Clara Ponsatí, 66 años, está ilusionada con una República y como ni está ni se la espera vive enfurruñad­a, a semejanza de una niña sin muñeca –o balón de reglamento, me da igual– el día de Reyes. De ahí una “detención” a lo Cantinflas, en la que flotó en todo momento la ilusión: yo quería mí República,

que está por encima de esas tonterías de que la ley es igual para todos. ¡Me quitan la ilusión y encima pretenden que acuda a declarar a Madrid, como si fuese un ciudadano cualquiera, esos idiotas felices que solo se ilusionan con tonterías a su alcance y acuden a un juzgado cuando les citan!

Ana Obregón y Clara Ponsatí son muy libres de tener ilusiones y tratar de cumplirlas. Me maravilla, lo confieso, que personas de su edad –la mía– hayan llegado hasta aquí con ese sentido adolescent­e de la existencia. Afortunada­mente, la ilusión de García Obregón es legal, se la paga de su bolsillo y no interfiere en la vida de los demás, a diferencia de Ponsatí, partidaria de implementa­rnos una República al tiempo que afea nuestro realismo desde su excelencia. ¡Si todos fuesen tan altruistas y patriotas –algo quisquillo­sos– como yo!

Naturalmen­te, vivir con ilusiones sienta bien al cuerpo (yo me conformo con un daiquiri). El problema surge cuando elevamos las ilusiones a valor supremo, al margen de la realidad biológica o de la noción elemental de que las leyes no se hicieron para los caprichos.

A la gente le ha dado no por tener ilusiones sino por exigirnos que se cumplan. No me extraña el auge de ansiolític­os y depresione­s. Por cierto, Ayuso, ¡llámame!

Obregón y Ponsatí son la misma moneda: el mundo nos debe a todos una ilusión...

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