Un loco vuelve a la Barcelona que hizo brillar

No habrá habido salida más amarga para alguien que lo ha sido todo en el arte contemporáneo español como la que Manuel Borja-villel –Manolo para los amigos y enemigos, que no le han faltado– protagonizó hace dos meses. Tras 15 años dirigiendo el Museo Nacional Reina Sofía y convirtiéndolo, como antes la Fundació Tàpies y el Museu d’art Contemporani de Barcelona, en punto de referencia global, se fue por la puerta de atrás. Y, según donde se informara uno, convertido en un forajido renovado en el cargo en fraude de ley. Daba igual que, elegido por el PSOE, sus renovaciones las decidiera el PP, muestra del consenso que suscitaba. Y de su reconocida diplomacia, que llevó a los coleccionistas a depositar un alud de cuadros en sus museos. Pero cuando a finales del 2021 Manolo reordenó la colección del Reina incluyendo en ella las revistas obreras del siglo XX y las pancartas del 15-M, los vítores se tornaron en feroz campaña mediática, otra de las guerras culturales del siglo XXI, con artículos que le acusaban de “dictador” y “podemita”. Y al Reina, de “catedral de dogmas populistas”. A medida que se acercaba su posible renovación en el cargo los titulares iban por “Borja-villel se ha vuelto loco”. Loco y en fraude de ley, portada a portada –un medio le dedicó cinco, ni Pedro Sánchez–, tiró la toalla. El mundo del arte internacional firmó a su favor, pero ya se iba a la Bienal de São Paulo. Ahora vuelve a la Barcelona que hizo brillar. Y quizás el Reina Sofía corra mejor suerte que la Tàpies y el Macba tras él.