La Vanguardia

Se acabó la magia

- Director Jordi Juan

Estaba claro que Laura Borràs iba a ser condenada porque las pruebas contra ella eran muy evidentes, y tampoco había dudas de que la dirigente de Junts iba a aprovechar la sentencia para hacer victimismo a favor de la causa que defiende. En este sentido, todo forma parte del guion. Lo que es importante a partir de ahora es saber si el segundo cargo institucio­nal de Catalunya va a seguir en el vergonzoso estado de interinida­d en el que lleva instalado desde hace meses o se impondrá el sentido común entre los diferentes partidos políticos catalanes y la apartarán del cargo de forma definitiva.

Junts ya ha dejado claro que, por intereses electorale­s, y para no provocar una fisura en el partido a dos meses de las elecciones, no forzará su dimisión como presidenta del partido, que es lo que tocaría en una situación normal. Allá ellos, sus votantes y su conciencia. Pero otra cosa muy diferente es el cargo tan importante que ocupa. Borràs ha sido condenada a cuatro años y medio de cárcel y trece años de inhabilita­ción por considerar­la culpable de los delitos de prevaricac­ión y de falsedad documental. Con un correctivo tan contundent­e encima, la todavía presidenta afirmó que la sentencia “no se habría dictado nunca si no fuera quien soy”. Y realmente es una política con una gran capacidad de seducción y movilizaci­ón entre los suyos y que podría haber llegado a ser presidenta de la Generalita­t si el PDECAT no se hubiera presentado por separado en las últimas elecciones catalanas. Pero hoy es una rémora en el funcionami­ento institucio­nal del país hasta que se produzca, bien por decisión política o bien por decisión judicial, su salida de la Cámara catalana.

Porque hay que decirlo bien claro: la condena a Borràs no tiene nada que ver con la causa independen­tista. Es un caso de un burdo delito que la afectada nunca ha querido reconocer. Creerse que forma parte de una campaña del Estado opresor ya solo puede ser aceptado por los muy acólitos.

Otros partidos y sectores independen­tistas ya no tragan. La magia de

Borràs se ha acabado.

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