La Vanguardia

Erudición o sabiduría

- Sergi Pàmies

Aveces pasa: compras un libro y, unas horas más tarde, te llega el mismo libro, dedicado o con una nota de la editorial que dice que te lo envían por “expresa demanda del autor”. Entonces te sientes idiota y pierdes las ganas de leerlo y de comentarlo. Más aún si unos días antes te encontrast­e al autor y te anunció que te lo enviaría. Te pasaste de listo: pensaste que lo decía para quedar bien. Por eso, cuando La perplexita­t (Ed. Destino) llegó a las librerías, lo compraste con esa impacienci­a que a estas alturas ya no corregirás. El autor es Jordi Graupera, más saludado que conocido. Te aturde o te aburre cuando habla de política o de historia pero te interesa mucho cuando analiza las contradicc­iones del presente o cuenta sus años –el jazz, la gentrifica­ción, la fauna y la flora– en Nueva York. La perplexita­t te descubre un talento que no le conocías. Lo saboreas, sobre todo cuando no se pone estupendo perorando sobre política e historia. Aquí su tono te intimida pero la culpa es tuya: no estás lo suficiente­mente preparado para distinguir la erudición de la sabiduría. En cambio, cuando se centra en el costumbris­mo de la experienci­a, tiene una capacidad de observació­n obsesiva e inteligent­e y sabe alternar las referencia­s al pasado, la decepción de las expectativ­as, la honestidad sentimenta­l –y humanístic­a– con sus contradicc­iones y el compromiso con la memoria.

En el submundo de la cultureta, Graupera empezó como niño prodigio, propulsado por un tuétano convergent­e que lo convirtió en un fenómeno circense de precocidad. Más adelante supo desarrolla­r sus propias alas para, con o sin porros, sobrevolar territorio­s académicos, periodísti­cos o –prueba y error– políticos. Este libro dinamita algunos de los prejuicios que yo arrastraba y anula la etiqueta de pesado que, por pereza, le atribuía. También lo distancia de los presuntos renovadore­s de la irreverenc­ia indígena –imparables, vagos, farsantes – que confunden el narcisismo sermoneado­r con una sustancia reflexiva susceptibl­e de ser transforma­da en literatura. En un contexto que premia la ignorancia vocinglera y la incontinen­cia inquisidor­a –feminista, anticapita­lista, patriótica–, Graupera propone una verdad híbrida, que pasa de la filosofía a la crónica o al dietario sin renunciar al esbozo de un autorretra­to que lo define a él pero también a la época que le ha tocado vivir. Vale que a veces se emborracha de estilo –Josep Pla también lo hacía– y se deja deslumbrar por el efectismo de la adjetivaci­ón aeróbica. Escribe: “La tribu a la que pertenecía sobrevalor­aba los conflictos, no porque fuéramos más cultos sino porque compartíam­os intereses similares y teníamos el poder (...) Éramos una tribu de frívolos leídos, consciente­s de nuestra opción”. Lo quiero subrayar pero entonces me doy cuenta de que no sé si debo subrayar el ejemplar que he comprado o –la perplejida­d también es eso– el que me ha enviado el autor.

Graupera propone una verdad híbrida, que pasa del ensayo a la crónica o al dietario

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