La Vanguardia

Repitan conmigo: somos decadentes

- Xavi Ayén

Muy preocupado por la presunta decadencia cultural de Barcelona, intento no caer en las trampas que me tiende la propaganda local. Hoy no me fijaré en la explosión libresca de Sant Jordi y miraré hacia otro lado con displicenc­ia cuando me apunten que es solo la punta del iceberg de una industria editorial que factura más de 2.500 millones de euros y de la que ya se habla en El Quijote.

Intentan engañarme también blandiendo dos de los principale­s festivales musicales del mundo, el Sónar y el Primavera Sound, o un cartel de conciertos que este año incluye a Bob Dylan, Madonna, Bruce Springstee­n, Beyoncé, Coldplay, Harry Styles... Otro acto de propaganda al que asistí fue la Misa en si menor de Bach dirigida por John Eliot Gardiner en el Palau de la Música, al que seguirán batutas como Dudamel, Pappano o Pinnock.

Todo parece conjurarse para hacernos creer que tenemos una oferta cultural de alto nivel. Paseando por la calle puede uno encontrars­e estos días a Wim Wenders, que participa en el crecido BCN Film Fest (la semana que viene, Susan Sarandon). La cartelera teatral ofrece joyas como L’oreneta de Guillem Clua, El temps i els Conway dirigido por Àngel Llàcer o L’alegria que passa de Dagoll Dagom, en un entorno donde la calidad del teatro privado es equiparabl­e a la del público.

En las exposicion­es –como en el cine– es más fácil, en días malos, dejarse vencer por el desánimo a causa de la enfermiza comparació­n con las grandes capitales europeas (al parecer, es un detalle secundario que tengamos mucha menos población que París, Londres o Madrid), pero la muestra sobre el marchante Daniel-henry Kahnweiler en el Museu Picasso es de esas que justifican por sí solas un viaje a la ciudad. Miquel Iceta apuntaba el viernes, en su charla con Miquel Molina en Tribuna Barcelona, que deberíamos pedir con más fuerza que vinieran obras del Prado. Yo iría más allá: no solo el fondo, sino las temporales, como la actual sobre Guido Reni.

En cualquier caso, frente a los optimistas, los que prefieran llorar siempre tendrán una ventaja: encontrará­n muchos lugares donde les aplaudan y les presten un pañuelo.

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