La Vanguardia

Libreros, perdónenme

- Francesc-marc Álvaro

Araíz de mi última mudanza, hecha en medio de una de esas tormentas que comporta la combinació­n de amores, desamores y noches en blanco, tuve que desprender­me de muchos libros. No fue tan duro como en la mudanza anterior, cuando llevé al trapero las encicloped­ias, un crimen del que nunca creo que pueda recuperarm­e; todavía veo, como si fuera ayer, los volúmenes magníficos de la Larousse y de la Gran Enciclopèd­ia Catalana sobre las pilas de papel de todo tipo, y yo diciendo adiós con la mano, mientras mi pareja de entonces me decía: “No te gires, por favor, no te gires, que es peor”.

Hubo un tiempo en que sólo compraba libros, incluso de forma compulsiva (he llegado a comprar dos veces el mismo, pues no recordaba que lo tenía) y no me desprendía de ninguna adquisició­n, ni de esos de bolsillo, impresos en un papel de dudosa calidad. Pero, a mitad del camino de la vida, como diría el poeta Dante, la cosa cambió. Por motivos relacionad­os con el espacio y otras considerac­iones, los libros empezaron a salir de casa, a una velocidad –eso sí– más lenta de la que entraban, de tal modo que los estantes se llenaban pronto.

Periódicam­ente, digo adiós a un paquete de libros. Hace unos días, lo hice y, mientras los iba poniendo en cajas, del interior de un libro cayó una nota escrita por un amigo que ya no está; era como un mensaje puesto en una botella de náufrago, desde el otro mundo. De otro volumen, salió un punto de libro dibujado por un amor remoto, una breve lluvia de verano que había medio borrado de la memoria y que, ahora, evoco con un punto de compasión por lo que fuimos. Y todavía encontré –y aquí sí me detuve un buen rato– una obra dedicada por su autor, alguien del que había sido cómplice en muchas batallas y que hoy, llevado él por turbulenci­as que no soy capaz de descifrar, ha decidido borrarme de su agenda de amistades. Libros y máscaras que se van, mordiéndom­e a fondo.

Pero llega Sant Jordi y me encuentro ante las paradas como un pelele aturdido. Y, aunque compro libros cada semana, hoy no sé qué hacer. Me siento culpable por todos los libros que he tirado y tiro, como si fueran vidas que pierdo. Por eso, queridos libreros, perdónenme si hoy cojo un libro del puesto y, cuando estoy a punto de pagarlo, lo dejo y huyo como alma que se lleva el diablo.

Me siento culpable por los libros que tiro, como si fueran vidas que pierdo

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