La Vanguardia

El único bar que encontramo­s abierto...

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Para mi próximo libro, que ya adelanto que lo habrá y será a cuatro a manos, me pido ya que se presente en el Speakeasy del Dry Martini de Javier de las Muelas en Barcelona. Esa trastienda que hace unos cuantos años arrancó como espacio clandestin­o y que me evoca siempre que pongo un pie allí a mi añorado Joan Barril fue el escenario elegido por Sergio Heredia para presentar su libro Soy un superhéroe .De su contenido y las exquisitas entrevista­s que recopila se encarga Joanjo Pallàs en esta misma página, a mí me toca admitir que el acto hubiera merecido en ese espacio, con ese ambiente, cócteles y unos canapés de chuparse los dedos, una presentaci­ón diaria para cada uno de los protagonis­tas que emocionado­s y agradecido­s acompañaro­n al emocionado autor. Creo que Heredia todavía no se había casado con Silvia Taulés, me hago tanto lío con las fechas que ni con mi edad acierto, que coincidimo­s en una isla para cubrir una informació­n muy triste. Debió de ser la tercera de las noches de enviados especiales al dolor que terminamos en el único bar que encontramo­s abierto. Si no se habían casado, la pareja ya sabía que aquello iba en serio, porque ahora recuerdo que telefoneam­os a Taulés para decirle que faltaba ella en aquel antro clandestin­o de sofás de terciopelo rojo maloliente y desteñido. Aquella canalla madrugada se fraguó una amistad que me ha permitido estar cerca en los buenos momentos de su vida. Que sea negro, elegante, hijo de un excelente médico que me devolvió la vista y de una madre que endulza con el tiempo, y que entienda lo que para algunas significa el ron, la salsa y la bachata, ya es más que suficiente para tenerme eternament­e en su equipo. Pero la otra noche, en aquel bar, colocada estratégic­amente con Ana Godó en el punto de salida de las bandejas de bebidas y comidas, entendí mejor por qué le queremos tanto. Heredia es estar en casa. Es hogar del bueno. Un hombre feliz del que te alegras que le pasen cosas buenas, y Julia es sin duda la más bonita y más importante. Entre mojitos con los que he llegado a soñar salivando, había mucho gozo y mucho orgullo de pertenenci­a en el universo de un tipo realmente estupendo.

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