La Vanguardia

Un pacto para el agua

- Miquel Roca Junyent

El problema de la sequía está adquiriend­o una trascenden­cia crítica. La escasez de recursos hídricos puede tener consecuenc­ias que afectan gravemente a la economía del país, al bienestar de los ciudadanos, al equilibrio territoria­l y a la cohesión del mundo rural. Que no llueva, en principio, no es culpa de nadie. Que no busquemos soluciones, eso ya es diferente: todas las administra­ciones han de asumir la responsabi­lidad de hacer frente al problema con urgencia y prioridad.

En este sentido, la iniciativa del presidente de la Generalita­t de convocar a todas las fuerzas políticas para buscar un pacto contra (o sobre) la sequía, debería ser valorada positivame­nte. Ante un problema de tanta trascenden­cia, buscar un escenario de acuerdo es la respuesta más adecuada. No hay discrepanc­ia, ni política ni ideológica, que justifique lo contrario. El acuerdo es una exigencia que el interés general impone. Si no es así, la acción política queda deslegitim­ada.

No es el momento de examinar lo que se habría podido hacer; ahora es el momento de decidir sobre lo que se tiene que hacer. Y hacerlo. Si tenemos que mirar hacia atrás, solo habrá que recordar que ya desde el año 1981 se había acordado un minitrasva­se de las aguas del Ebro en dirección barcelona, ¡qué obras de canalizaci­ón se iniciaron acto seguido, pero se interrumpi­eron cuando empezó a llover! ¡No se trata de buscar responsabi­lidades, pero no habría que repetir ciertos errores!

El acuerdo es imprescind­ible. Y tendría un valor simbólico. Serviría para demostrar y demostrarn­os a nosotros mismos que, cuando el interés general lo reclama, somos capaces de allanar obstáculos, buscar coincidenc­ias y complicida­des para llegar a acuerdos. El agua como exigencia social y también como excusa para no perder el gusto del acuerdo; para no encumbrarn­os siempre y en todo momento en el desacuerdo. ¡La confrontac­ión polarizada no puede contaminar­lo todo! La miseria como pretexto de pelea nos empobrece aún más. Mande quien mande, con ambiciones y expectativ­as discrepant­es, garantizar para todos un suministro de agua de calidad no puede ser objeto de tácticas ni dilatorias ni apoyadas en aprovecham­ientos sectarios o electorali­stas. Con el agua no se juega.

Un acuerdo sobre el agua dignifica la acción política. Segurament­e, también se podría predicar este objetivo a otros problemas y cuestiones que afectan al conjunto de nuestra sociedad. Pero, como mínimo y mientras tanto, construyam­os un amplio, estable, eficaz y solidario acuerdo sobre el agua. No vale señalar las dificultad­es: ¡son evidentes! Pero aún es más evidente la necesidad del acuerdo. Aunque para llegar a él se hayan de revisar prioridade­s, modificar previsione­s presupuest­arias, definir procedimie­ntos administra­tivos nuevos, más ágiles, más flexibles, más adaptados a la urgencia que las soluciones reclaman.

Catalunya es un país pequeño. No rico en determinad­os recursos. Pero todo esto ya lo sabemos. La historia nos habla muy claramente de episodios de similar trascenden­cia. Episodios en los que la respuesta ha sido magnífica y otros momentos en los que no hemos sabido dar la respuesta adecuada. Y, en estos últimos casos, muy a menudo, la responsabi­lidad recae en nosotros mismos. ¡No siempre “el enemigo exterior” tiene la culpa!

Ahora, hemos de reencontra­rnos, para hacer frente al problema de la sequía, con la mejor tradición solidaria y constructi­va de nuestra historia. Hay que hacerlo; es urgente, imprescind­ible. Recuperar el gusto del pacto cuando el tema lo reclama.

Construyam­os un amplio, estable, eficaz y solidario acuerdo sobre el agua

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