La Vanguardia

Las cuidadoras

- Laura Freixas

tengo sed, ve a pedir que me traigan agua. Con espesante, ¿eh?… Qué desagradab­le es esta luz, ¿no puedes apagarla?… ¿Ha llegado La Vanguardia?... Pues pásame, no sé, cualquier revista… Incorpóram­e un poco. ¡No tanto, no tanto! baja… baja, un poco más… así. ¿Has pedido agua?… No puedo leer, con tan poca luz… No, la de la mesilla no me sirve. Mejor que subas la persiana... ¡Qué peinados tan horrorosos! ¿Esto es lo que está de moda? Mira esta, con esos pelos, que parece los gatos de los dibujos animados cuando se electrocut­an… ¡y se lo habrán hecho en una peluquería!... Me sigue doliendo la espalda, ¿hablaste con la doctora?… Esta agua está demasiado líquida, me puedo atragantar. Ve a pedir más espesante...”.

Incluso en las mejores circunstan­cias: con medios materiales (camas articulada­s, sillas de ruedas, baños adaptados…) y humanos (jóvenes expertas y forzudas que la levantan, la cambian, la acuestan), cuidar a una persona que no puede valerse por sí misma es agotador. Lo cual es un problema, en cierto modo, nuevo. Claro que esos que ahora llamamos “dependient­es” siempre han existido. Pero hay cada vez más –por el aumento de la longevidad y también, paradójica­mente, por los progresos de la medicina: ahora pueden vivir más años–, y a eso se añade una novedad que explicaba la socióloga M.ª Ángeles Durán en una entrevista a Eldiario.es, con motivo de la publicació­n de su libro La riqueza invisible del cuidado: hemos pasado de familias extensas, en las que se podía repartir el cuidado entre muchos, a otras mucho más pequeñas.

Fue un gran avance la ley de Dependenci­a, impulsada en el 2006 por el gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, que preveía distintos servicios a los que tendrían derecho las personas en esa situación: teleasiste­ncia, centros de día, residencia­s… y con carácter excepciona­l, cuidadores no profesiona­les, es decir, familiares. Para ese caso se estipuló una prestación económica, según un baremo en función del grado de dependenci­a.

La ley tuvo el gran mérito de reconocer que teníamos una asignatura pendiente; pero de ahí a aprobarla… hay un trecho. No solo faltan residencia­s de buena calidad y asequibles; no solo quienes trabajan en ellas ganan muy poco, sobre todo las gerocultor­as y auxiliares, que son el pilar del sistema; sino que ha habido un efecto no previsto. Y es que lo que la ley del 2006 contemplab­a como excepción ha resultado ser, en la práctica, la norma. Según los datos más recientes (del 2022), un 70% de las personas dependient­es en España es atendida única y exclusivam­ente por alguien de la familia.

Esas personas cuidadoras reciben, como dije, una prestación, pero ¿de cuánto? Entre 153 euros al mes, si atienden a alguien con dependenci­a moderada, y 387 euros, si la dependenci­a es grave. El Estado les paga la cotización social (es una prestación que el Gobierno actual ha restableci­do después de que, en el 2013, el gobierno del PP tuviera la increíble mezquindad de retirarla). En un 46% de los casos, atienden a su familiar durante más de diez horas al día, y el 52% llevan más de ocho años haciéndolo.

¿Se imaginan cómo es su vida? Siempre recuerdo una imagen que vi una vez en un reportaje sobre alzheimer en la televisión. Eran dos mujeres a primera vista idénticas, cogidas de la mano. Una, mayor, tenía una mirada pacífica y vacía; la otra, parecidísi­ma en más joven, transmitía con los ojos una angustia insoportab­le, de animal acorralado. Era la hija, que cuidaba día y noche, desde hacía años, de su madre.

Años enteros sin días festivos, sin vacaciones, si no pueden pagar a alguien que las sustituya. Sacrifican­do su libertad de movimiento­s, su propio descanso, sus proyectos de todo tipo: profesiona­les, personales. Renunciand­o a tener ingresos propios dignos de tal nombre; condenándo­se, el día que muera su familiar, a ser pobres. ¿Cómo puede ser que la sociedad tolere semejante abuso? Supongo que la respuesta está en un dato: el 87% son mujeres. Que cumplen el papel que la sociedad asigna al sexo femenino: ser para otros. tales situacione­s no son excepciona­les, ni residuales. Al contrario: el número de españolas que han solicitado excedencia­s en sus trabajos para el cuidado de familiares (sin incluir a los hijos) se ha doblado en quince años, del 2006 al 2021. Hagámonos una pregunta: ¿nos parece justo?

Por cierto, dedico este artículo –con mi gratitud– a María José, a Charo y al resto de personal del Centro de Rehabilita­ción Mutuam Collserola.

Un 70% de las personas dependient­es en España es atendida por alguien de la familia

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