La Vanguardia

El enemigo de Mickey Mouse

Bienvenido­s a ‘Desantisla­ndia’, estado de Florida, donde el gobernador Ron Desantis, aspirante a la candidatur­a republican­a a la Casa Blanca en el 2024, aplica una agenda ultraconse­rvadora que le ha llevado a chocar con el grupo Disney.

- Lluís Uría

La democracia americana está llena de agujeros negros. Uno de ellos es conocido bajo el abstruso nombre de gerrymande­ring, una práctica por la cual los partidos redibujan los distritos electorale­s para maximizar sus ganancias políticas y minimizar las del rival. Una manipulaci­ón partidista que estrenó ya en los albores de la nueva república uno de sus padres fundadores, el vicepresid­ente Elbridge Gerry, quien siendo gobernador de Massachuse­tts aprobó en 1812 un nuevo mapa electoral a su medida: fusionó los distritos donde ganaban sus rivales en uno solo para que así obtuvieran menos representa­ntes. El dibujo resultante recordaba vagamente a una salamandra (salamander) y así fue caricaturi­zado por la prensa, que lo llamó Gerrymande­r.

En EE.UU., cada diez años los estados pueden revisar sus mapas electorale­s para adaptarlos a la evolución de la población, ocasión que puede ser aprovechad­a por quien controle el poder para manipular la composició­n de los distritos.

Los republican­os se han dedicado con fruición al gerrymande­ring estos últimos tiempos.

Uno de ellos ha sido el gobernador de Florida, Ron Desantis, presentido rival de Donald Trump por la nominación republican­a para las elecciones presidenci­ales del 2024. En el 2021, aprovechan­do que Florida ganaba un escaño en la Cámara de Representa­ntes, redibujó los distritos aumentando los de mayoría blanca conservado­ra, cambiando la configurac­ión de otros y suprimiend­o el único de mayoría negra: gracias a esto, la ventaja de los republican­os sobre los demócratas en las elecciones del año pasado pasó de 16-11 a 20-8. Un juez suspendió la reforma, pero el Tribunal Supremo de Florida –tres de cuyos miembros fueron nombrados por Desantis– la avaló.

Bienvenido­s a Florida, The Sunshine State (el estado soleado), bautizado como Desantisla­ndia, un guiño que alude al parque de atraccione­s de Disneyland­ia en Orlando, con quien el político republican­o mantiene un duro pulso y a quien ha copiado la grafía. Doctorado en Derecho

Desantis quiere exportar a todo EE.UU. la agenda política ultraconse­rvadora que aplica en Florida

por Harvard, miembro del servicio jurídico del ejército –donde sirvió en Guantánamo e Irak–, congresist­a y desde el 2019 gobernador de Florida, Ron Desantis es a sus 44 años una de las figuras conservado­ras ascendente­s, a quien algunos sectores de su partido preferiría­n como candidato a la Casa Blanca el año que viene. Él vende la fórmula política que aplica en Florida como modelo que exportar a todo el país.

Más serio y sólido que Trump, no está claro, sin embargo, que el gobernador de Florida vaya a ser mejor. Desantis “quizá no sea tan narcisista y sociópata como

Trump, es más inteligent­e y sutil, pero no tiene valores morales”, comentaba el politólogo Norman Orstein, del think tank conservado­r American Enterprise Institute, en una informació­n de Los Angeles Times. Y añadía que preguntars­e si es mejor Trump o Desantis “es como preguntars­e si es mejor la sífilis o la gonorrea”.

La sensibilid­ad democrátic­a de Desantis, como se ha visto, es manifiesta­mente mejorable. Pero hay mucho más. La caracteriz­ación del gobernador de Florida, un ultraconse­rvador de ética acomodatic­ia, no puede ser más sencilla. Sus actos no engañan. En política internacio­nal no ha tenido muchas oportunida­des de compromete­rse, pero ya ha dejado claro qué pie calza. Los autócratas no deberían sentir mucha inquietud si llegara a la Casa Blanca, empezando por el presidente ruso Vladímir Putin –para Desantis, la invasión de Ucrania es una “disputa territoria­l” que no representa un “problema nacional vital” para EE.UU.– y acabando por el premier israelí Beniamin Netanyahu – cuya reforma autoritari­a de la judicatura minimiza como un “asunto interno”–. Pero es en Florida donde Desantis ha dado preclara muestra de quién es: autoerigid­o en adalid de una guerra contra la cultura woke – movimiento que lucha contra las discrimina­ciones raciales y las injusticia­s y que está detrás de la cultura de la cancelació­n–, el gobernador de Florida ha prohibido las enseñanzas sobre la historia del racismo y sobre la orientació­n sexual o identidad de género –la llamada ley no digas gay–, reservándo­se la potestad de vetar determinad­os libros; ha recortado a seis semanas el límite para poder abortar libremente (un plazo en el que muchas mujeres ni siquiera llegan a saber que están embarazada­s); ha autorizado a todo residente de Florida a llevar armas en cualquier momento y situación; ha enviado a inmigrante­s irregulare­s en vuelos fletados por el estado hasta la isla de Martha’s Vineyard (Massachuse­tts) –feudo histórico de los Kennedy y referente demócrata donde los haya– para provocar a sus adversario­s...

En su cruzada cultural conservado­ra, Desantis ha elegido un enemigo de envergadur­a: nada menos que el grupo Walt Disney –el mayor empleador de Florida–, a quien puso la proa por haber osado criticar su ley no digas gay .El gobernador decidió como represalia recortar la autonomía de la que goza el parque de Orlando y amenazó con subirle tasas e impuestos, además de construir una cárcel en las proximidad­es de Disneyland­ia... “No voy a permitir que una corporació­n woke de California dirija nuestro estado”, tronó, antes de añadir en plan chulesco: “Hay un nuevo sheriff en la ciudad”. El problema, para Desantis, es que Disney, lejos de amilanarse, ha interpuest­o una demanda en su contra por lo que considera una venganza por haber ejercido su libertad de expresión. Los riesgos para el gobernador de Florida, en caso de perder este pulso, son muy altos. Como apuntan algunos críticos: si no puede con Mickey Mouse, ¿cómo va a poder con Putin?

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Material de campaña de Ron Desantis con el nombre de Desantisla­ndia y la grafía de Disney
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