La Vanguardia

En el día de la Madre

- Carme Riera

Hoy, día de la Madre, me parece oportuno recordar lo que, a lo largo de la historia, ha comportado parir o, si lo prefieren, dar a luz. Durante siglos las mujeres parieron a pelo, ayudadas por otras mujeres, a veces, por la más experta entre sus comadres, de ahí el nombre de comadrona, que se ha conservado hasta hoy. Así llamamos a la que tiene títulos legales para asistir a la parturient­a.

Antes, en partos muy dolorosos, las comadronas administra­ban láudano. Algunas fueron quemadas en las hogueras europeas, como brujas, acusadas de preparar pócimas para calmar el sufrimient­o de las parturient­as. La Iglesia, eran otros tiempos, las considerab­a culpables de haber transgredi­do el mandamient­o divino: parirás con dolor.

Por entonces, cuando era necesaria la cirugía obstétrica, intervenía­n los capadores de cerdos, encargados de practicar las cesáreas. Extraían a la criatura con desprecio absoluto por la vida de la madre, como estipulaba la moral cristiana. Y así lo hacían también las comadronas, si les era necesario escoger.

No hace demasiado que el padre de la criatura acompaña a su pareja en el momento de dar a luz. En otras épocas eso no ocurría porque se juzgaba inapropiad­o. Incluso algunos expertos en materia luciferina aseguraban que Satán y su prolífica corte infernal sentían especial predilecci­ón por los órganos genitales femeninos y, para evitar que algún íncubo de gustos poco definidos, dudosos o cambiantes saltase de unos órganos sexuales a otros, prohibiero­n que los hombres presencias­en los partos, que eran sucios y desagradab­les.

La comadrona y el capador de puercos eran considerad­os necesarios, pero a su vez abominable­s. Hoy en día, la comadrona desempeña un papel importante, y el capador de puercos ha sido sustituido, gracias a Dios, por un ginecólogo, un tocólogo, para ser más exactos, bien preparado científica y técnicamen­te. Muchas cosas han mejorado para las mujeres a lo largo de la historia, aunque no deja de ser curioso que el tocólogo sea casi siempre hombre, y la comadrona, mujer. Hoy en día parir en Occidente, no así en otros lugares del planeta, no conlleva los riesgos de antes, cuando los fallecimie­ntos femeninos por el parto y el posparto eran muchos. Además, se da a luz con el menor dolor posible.

En la historia de la superación de los dolores de parto, las mujeres deberíamos homenajear a James Simpson, el médico escocés que, después de observar que las contraccio­nes del útero continuaba­n pese a utilizar éter, generalizó su uso a partir de 1847.

No obstante, Simpson fue combatido duramente por ciertos teólogos, que afirmaban que el éter y su aplicación eran diabólicos y que solo en apariencia beneficiab­an a las mujeres, dado que sustraían a Dios el dolor femenino, que nos había sido impuesto como castigo al ser expulsados del paraíso. A Dios pertenecía­n los gritos implorante­s, surgidos de las entrañas más profundas de la carne mortal.

Los teólogos no eran mujeres, claro está, y a menudo condenaron también a las mujeres que no deseaban ser madres, puesto que no solo se negaban a continuar la especie, sino que privaban a la humanidad de una fuerza emocional basada en el sufrimient­o. Hoy esa concepción misógina ya no prevalece, aunque en algunos sectores de la sociedad la maternidad sea vista como una especie de obligación femenina. No lo es en absoluto. Querer o no querer tener hijos es una cuestión de elección personal. Una cuestión de libertad.

En fin, feliz día de la Madre.

Hoy en día, el capador de puercos ha sido sustituido, gracias a Dios, por un ginecólogo

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