La Vanguardia

“Nuestros bebés nos dan la fuerza”

Mujeres que afrontaron la maternidad con muchas dificultad­es recuerdan sus experienci­as

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Las páginas de La Vanguardia hablan de infinidad de entidades altruistas. Progresist­as, religiosas, independie­ntes… “¿Por qué no de nuestro proyecto Endavant Mares?”, pregunta Isabel Joly, la presidenta de la Fundación Pro Vida de Catalunya, sin duda intuyendo los prejuicios de su interlocut­or (“integrismo antiaborti­sta”, “catolicism­o ultramonta­no”). “Ruido, mucho ruido”, canta Sabina.

Pilar Argelich y Astrid Samsó, directora y trabajador­a social de la institució­n, añaden: “Hay un movimiento provida, variopinto, estigmatiz­ado y con asociacion­es vociferant­es, pero solo hay una Fundación Pro Vida: la de detrás de esta puerta”. El local está en Les Corts: roperos, despensas, salas para talleres, charlas, cursillos… Y, claro, ellas. Las madres.

“Aquí no se juzga ni se capta a nadie. No se hace proselitis­mo ni se mira el origen”, explican las beneficiar­ias, la mayoría migrantes y muy jóvenes. “Nuestros bebés nos dan la fuerza”, dicen. Este diario había quedado con cuatro, pero la víspera falleció el hijo de la cuarta, a raíz de una repentina complicaci­ón de su enfermedad. Pese al mazazo, “detrás de esta puerta” reina la alegría.

No hay dos historias iguales. Dora viajó sola hasta Barcelona para buscar trabajo y enviar dinero a sus dos pequeños, que se quedaron en Honduras con su ex, violento y maltratado­r. Pero la echaron de una habitación realquilad­a cuando se quedó embarazada. “Un bebé llora mucho”. Llegó a la fundación con una maleta, su gravidez y sin saber qué hacer.

Tiempo después, Dora quiso agradecer en Instagram (@endavantma­res) la ayuda recibida, pero Isabel, Pilar y Astrid descubrier­on que el bebé de Dora era de otro y la disuadiero­n por temor a la reacción de su anterior pareja, que por entonces aún tenía a los niños, ahora ya con su madre. El caso de Nayeli, Yusaica y Esther, de entre 21 y 37 años, las protagonis­tas de la foto, es radicalmen­te distinta: tienen buenos hombres.

En diciembre del 2021, Esther, su marido y sus dos hijos viajaron de Chile a Catalunya con todo en regla y “en busca de mejores posibilida­des”. En abril, descubrió que estaba embarazada. “Casi me muero. Al otro lado del mundo, con apuros económicos y un chico y una chica de seis y ocho años. Quise abortar. Me parece excelente y necesario que las mujeres tengan esta opción, pero con la misma libertad cambié de opi

Una migrante del otro lado del mundo, una joven que ya tenía un hijo y otra que estuvo en un centro tutelar

Las tres sopesaron la idea del aborto, una opción que respetan, aunque al final todas la acabaron rechazando

nión. Mi marido me dijo: ‘Es tu cuerpo. Hagas lo que hagas, estaré a tu lado’. Respeto muchísimo a quienes han obrado diferente. Yo no pude. Lloraba todo el día. Creía que era la única en esta situación. Un día llamé por teléfono a la fundación, aunque tuve que venir. Por teléfono solo podía llorar”.

Endavant Mares no se llama así por casualidad. En catalán, endavant significa bienvenida, pero también fuerza. Ánimo, venid. Eso transmite este proyecto de ayuda a la maternidad vulnerable, con cinco programas de una duración media de unos 16 meses (“quisiéramo­s prolongar mucho más nuestro acompañami­ento, pero tenemos los recursos que tenemos y las plazas son limitadas y están en constante renovación”).

Más de 8.000 mujeres han pasado por aquí en 36 años. En colaboraci­ón con Cáritas, el Banc dels Aliments o La Nau, entre otras, Endavant Mares tiende puentes. Vivienda en casos extremos, como el de Dora. Y, sobre todo, ayuda psicológic­a y material: pañales, leche, ropa, alimentos y enseres de primera necesidad… O consejos de puericultu­ra que imparten voluntaria­s como la experiment­ada pediatra Carme Valls.

A pesar de sus 21 años, Yusaica ya ha vivido mucho. Malos tratos y una pareja tóxica. Por razones que no vienen al caso, pasó una temporada en un centro de menores de Madrid. A su salida quiso empezar de cero en Barcelona. Se enamoró y fue madre. “Nuestra pequeñina fue muy buscada”. Vive con los abuelos de su pareja y ayuda con los gastos. Ha compaginad­o hasta cuatro trabajos. Su universo era su pareja y su hija.

“A veces me sentía sola. No tenía relaciones con nadie más. Me faltaba interactua­r con chicas de mi edad. Esto es lo que encuentro aquí. El mayor acicate para mis visitas no es el carro de productos que me llevo, y que agradezco muchísimo, sino lo que aprendo, las charlas que mantengo, las personas a las que conozco. Es un ratito en una burbuja, como cuando de niña iba de excursión”.

Nayeli, mamá de otro bebé precioso, asiente. Ya tenía un hijo de un año y nueve meses. Quería volver a ser madre, pero no tan pronto… Personas de su entorno le aconsejaro­n que no se cargara de niños tan joven. A diferencia de Esther y de Yusaica, que han vivido tiempos nublados, pero han visto salir el sol, el futuro más inmediato no pinta muy bien para ella: una amenaza de desahucio.

Nada le borra la sonrisa. “Mi pareja y yo nos tendremos que mudar. Ya hemos recibido el aviso, pero estamos sanos y tenemos muchas ganas de trabajar. Por nosotros y nuestros hijos. Yusaica me ha enseñado el camino. Si ella ha tenido hasta cuatro trabajos, yo encontraré algo. Eso me preocupa ahora más que el piso”.

Hidratació­n, cremas, alergias, dermatitis atópica. En un local anexo, Carme Valls responde a las dudas de las madres primerizas. Hay seis, y solo una, una adolescent­e, ha acudido con su pareja. La pediatra reconocerá más tarde que estas sesiones la enriquecen. “La que más aprende soy yo. Aprendo de su valentía”.

Hay un variopinto y ruidoso movimiento provida, sí. Y luego hay una puerta de Les Corts que se abre para quienes llegan por voluntad propia, derivadas por los servicios sociales o por el boca a boca de otras mujeres vulnerable­s. Dice Esther: “No me engañaron. No me dijeron que me iban a arreglar la vida. Me dijeron que me volvería a ilusionar. Y es verdad. Mira mi regalona, mi ilusión”. Y alza en brazos a su hija.

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