La igualdad de fuerzas convierte en decisiva la campaña en Barcelona
Tras la sacudida que provocó la reaparición de Trias, apenas se percibe movimiento
Xavier Trias sacudió enérgicamente la larga precampaña para las elecciones municipales del próximo 28 de mayo cuando, el pasado 12 de diciembre, anunció que se presentaría a estos comicios con la intención de recuperar la alcaldía de Barcelona que le fue arrebatada por Ada Colau en el 2015. Un mes después, la encuesta publicada por La Vanguardia ,ala que siguieron otras muchas con resultados similares, fue la primera en detectar el movimiento de tierras provocado por el veterano político convergente, que entró en la batalla de Barcelona como un bulldozer. A la terna de favoritos, Ada Colau, Ernest Maragall y Jaume Collboni, que prácticamente desde que la líder de los comunes consiguió su segunda investidura venían manteniendo un equilibrado pulso que no se inclinaba hacia ningún lado, se sumaba un incómodo invitado, no para
Colau, encantada de la vida con poder polarizar la disputa electoral con su predecesor en el cargo, pero sí para Collboni y, sobre todo, para un Maragall al que, según los sondeos y la percepción mediática y ciudadana, la irrupción de Trias –y probablemente el desgaste que gobernar en minoría Catalunya está provocando en ERC– le restó opciones de repetir el resultado de hace cuatro años.
Desde aquella aparición en escena del alcaldable de Junts, que en nada recuerda al Junts del procés y del desafío a la legalidad vigente de Carles Puigdemont y de Laura Borràs (de hecho, las siglas del partido ni siquiera aparecen en la candidatura Trias per Barcelona), abanderado de la Barcelona cansada del modelo de ciudad trazado por Colau, da la sensación de que aquel movimiento sísmico apenas ha tenido replicas perceptibles.
En un contexto como este, la campaña electoral que comenzará oficialmente a las 0.00 horas del próximo viernes se presenta más decisiva que nunca y más aún si,
como apunta Carles Castro en el análisis de la página siguiente, unos cuantos miles de esos muchos barceloneses todavía indecisos no deshojarán la margarita hasta el mismo momento de su encuentro con las urnas.
Salvo sorpresa mayúscula, el ganador de las municipales en Barcelona –que no necesariamente el próximo alcalde o alcaldesa– lo será por una exigua diferencia de votos. Y ante una perspectiva de máxima fragmentación entre los cuatro grandes, no sería nada extraño que los 161.000 votos cosechados por ERC hace cuatro años o los 176.000 que marcaron el techo de Colau hace ocho bastaran para
asegurarse el primer lugar del podio la noche del 28 de mayo. Ahora que se cumplen 40 años de la primera victoria de Pasqual Maragall en las elecciones del 8 de mayo de 1983, qué lejos quedan aquellos 413.034 votos que le dieron el triunfo, que no la mayoría absoluta,
al alcalde cuyo legado, de un modo burdo, simplista y descontextualizado, todavía hoy algunos se empeñan en arrogarse.
Resulta paradójico que unas elecciones de resultado tan incierto vengan precedidas de una precampaña, y a buen seguro una
campaña, tan predecibles, con pocos giros de guion, con casi todas las cartas marcadas y los papeles de cada uno de los protagonistas tan bien definidos. Si acaso, a juzgar por lo acaecido en las últimas semanas, solo algunas cuestiones que total o parcialmente se escapan de la competencia municipal (la sequía, el calvario de Rodalies, las ocupaciones conflictivas) se harán un hueco en la arena política (o en el fango), donde no faltarán los clásicos de ayer y hoy (el tranvía, la inseguridad ciudadana, la falta de vivienda, la gestión del turismo...) ni los asuntos sobrevenidos en la era Colau, como las supermanzanas y sus efectos sobre la movilidad.
El resultado de Barcelona no solo será relevante para el futuro de una ciudad que sigue siendo tan admirada fuera como padecida por miles de barceloneses; una ciudad que todavía es capaz de chutarse una embriagadora y un punto innecesaria sobredosis de
En unas elecciones de resultado tan incierto, los papeles de cada uno de los aspirantes están muy bien definidos
autoestima –efecto placebo– porque un trío de vips internacionales la elige para regalarse unos días de festín. De lo que decidan los barceloneses dentro de tres semanas se harán muchas lecturas en clave catalana y española. Una victoria de Trias podría marcar un cambio de rumbo en Junts y anticipar un revival de la antigua Convergència. ERC, empeñada desde hace tiempo en disputarle la hegemonía metropolitana al PSC, no puede permitirse un fiasco en la capital de Catalunya. La aventura de Yolanda Díaz partirá con más o menos provisiones en función del resultado de Ada Colau. Para el
PP, sumar a su exigua representación de dos concejales en el Ayuntamiento barcelonés un par más de ediles supondría normalizar un poco lo que no es nada normal para un partido con aspiraciones de volver a gobernar España. Y para Pedro Sánchez, situar a Jaume Collboni en la alcaldía equivaldría a aplicar un antídoto contra la derrota en otras muchas capitales españolas, incluida Madrid, y oxígeno de cara a las generales. No es de extrañar que el presidente del Gobierno haya elegido Barcelona para cerrar campaña el 26 de mayo, algo insólito en unas elecciones locales y con un único precedente, protagonizado por el propio Sánchez, en las generales del 2019.c