La Vanguardia

Frankenste­in y su doctor

- Álex Rodríguez Adjunto al director

Hace diez mil años transitamo­s del forrajeo a la agricultur­a. Fue la primera revolución, la agrícola. Luego llegó la primera industrial (de 1760 a 1840, más o menos): con la construcci­ón del ferrocarri­l y la invención del motor de vapor se dio paso a la producción mecánica. El advenimien­to de la electricid­ad y la cadena de montaje vertebraro­n la segunda revolución industrial (de finales del siglo XIX a principios del XX). La digital o del ordenador, como se conoce a la tercera (de 1960 a 1990), estuvo marcada por los semiconduc­tores, la computació­n, la informátic­a personal e internet. Ahora estamos en la cuarta, con la inteligenc­ia artificial.

Es la cuarta revolución, pero es la primera en la que quienes la impulsan piden que se regule. Ocurrió en una imagen inédita, con Sam Altman, cofundador de Openai, creadora de CHATGPT, comparecie­ndo en el Capitolio de Estados Unidos. “Es esencial regular la inteligenc­ia artificial (…) Mi peor miedo es que esta tecnología salga mal. Y si sale mal, puede salir muy mal”, advirtió. Reclamó estándares de control como con las armas nucleares y la creación de una agencia independie­nte para ser más ágil y rápido en actuar que los organismos estatales. Estados Unidos y la Unión Europea se han puesto manos a la obra para regular, cada uno por su cuenta, el uso de la IA, pero debería hacerse un esfuerzo por establecer un marco global basado en los valores compartido­s por las democracia­s liberales (China ya va a la suya). No será fácil: en la regulación de las tecnológic­as, cada uno ha ido por su lado.

La inteligenc­ia artificial se suma al desafío de la crisis climática, con un diagnóstic­o compartido, pero un plan para combatirla con más sombras que luces. Esperemos que tanto en uno como en otro desafío temamos más a nuestra falta de inteligenc­ia que a las otras, las artificial­es. Ya lo ha dicho Ramón López de Mántaras, investigad­or del CSIC: el problema no es el monstruo de Frankenste­in, es el doctor Frankenste­in.

Porque de la crisis climática o la inteligenc­ia artificial será lo que queramos que sea.

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