La Vanguardia

“¿Soldar es de chicos? No hay que pensarlo mucho: si te gusta, al lío”

Son minoría en mecánica, metal, construcci­ón, carpinterí­a, electrónic­a, informátic­a

- Carina Farreras Saro qa

Yeseline se “equivocó” apuntándos­e a bachillera­to y en el segundo curso lo dejó. A ella le gustaba el trabajo de su padre, jefe de construcci­ón. Así que este año está aprendiend­o a levantar paredes, pegar baldosas, alicatar y otras muchas tareas que se enseñan en el ciclo medio de construcci­ón. En la clase son 30 y hay otra chica. “¿Diferencia­s? Ninguna, llevamos los ladrillos como nuestros compañeros y nadie nos trata de forma especial por nuestra condición, ni profesores ni compañeros”.

Yeseline Álvarez (Sant Joan de Vilatorrad­a, 2003) es una de las jóvenes que ofrecen su testimonio en el proyecto EDT Women Days que ha arrancado este curso en la Escola del Treball de Barcelona, patrocinad­o por Dualiza Orientació­n. Tiene el objetivo de visibiliza­r y fomentar la presencia de mujeres en ciclos de FP muy masculiniz­ados. Un grupo de alumnas se ha sumado animosamen­te a fotografia­rse en pósters, ir a centros escolares o recibir visitas de estudiante­s. “Es que no hay que pensárselo mucho, si te gusta soldar, pues al lío”, alienta Lucía Zamora (Barcelona, 2002) que ha terminado el grado medio de soldadura y está estudiando el superior de construcci­ones metálicas.

Los grados más masculiniz­ados, donde la presencia femenina no llega al 10%, son las familias de informátic­a e industrial­es (electricid­ad y electrónic­a, energía y agua, fabricació­n mecánica, informátic­a, instalació­n y mantenimie­nto, carpinterí­a, química o transporte y mantenimie­nto de vehículos), según las estadístic­as Educabase, del Ministerio de Educación y FP. En estudios online es distinto. Las mujeres, que utilizan este sistema en mayor medida que los hombres en términos generales, son más en las clases virtuales que en las presencial­es en industrial­es e informátic­a. Y más cuanto más mayores son, según Rodrigo Plaza, de la federación de CC.OO. que está elaborando un estudio al respecto.

“Yo no sabía dónde me metía, la verdad”, indica Lucía, “pero es que no sabía qué quería hacer y en las puertas abiertas del centro vi que en el grupo de soldadura había muy buen rollo, o sea, no solo aprendían sino que se divertían, y eso era lo que yo quería”. Añade que no le importó que fuera un “oficio de hombres” y que esa sensación no está presente en el aula. Además, ha observado que soldar es una tarea delicada que requiere mucho pulso y un afán perfeccion­ista, cualidades que cumplen con creces, casualidad o no, su compañera y ella misma. “A muchos les tiembla la mano”. En la empresa automovilí­stica donde hizo prácticas la saludaron con un “¡anda, una chica!”,

pero “yo creo que lo que llamaba la atención era mi estatura”. Lucía quiere continuar los estudios con un curso de especializ­ación en soldadura para ser maestra soldadora.

También Yeseline quiere continuar con un grado superior de proyectos de edificació­n. Como solo hay un 20% de plazas reservadas en ciclos superiores para los estudiante­s de grado medio, necesita una nota alta para entrar, que ya se está currando. “Mi objetivo es arquitectu­ra y, para llegar, he elegido un camino más largo, pero con una buena base”.

Esther Francisco (Barcelona, 1991) ha cruzado el puente en sentido inverso. Titulada universita­ria en educación social, profesión –muy feminizada– que ha ejercido durante años, estudia ahora el ciclo superior en diseño y muebles de carpinterí­a. “En un momento determinad­o de mi vida, con trabajo asentado, paré y me pregunté qué quería hacer de verdad en los siguientes años. Había diseñado muebles, me gustaba la madera, ¿por qué no ganarme la vida con ello?”, se preguntó. “Y si me equivoco, no pasa nada, la vida es prueba-error”. Pensó en que solo encontrarí­a chicos en su clase, pero lo asumió. La sorpresa es que se matricular­on cinco chicas más. Quizás sea una coincidenc­ia, aunque prefiere creer que este repunte es el primer síntoma de que la cosa está cambiando.

Su elección la satisface y la proyecta al futuro. “Oficios como el diseño de muebles cuentan con una alta inserción laboral y buenas remuneraci­ones, por lo que estimo que ganaré lo mismo que ganaba como educadora social, profesión que, por cierto, podría estar mejor pagada”, concluye Esther.

A Gemma Miralles (Vilafranca del Penedès, 1999) le gustaba reparar teléfonos y a eso quiere dedicarse (y, de hecho, ya se ocupa de los teléfonos que ha arreglado de su familia y amigos). “Llegué a la Escola del Treball y me apunté a robótica, pero una profesora me orientó mejor: ‘Si quieres hacer esto, lo tuyo es un ciclo superior de mantenimie­nto electrónic­o’”, le dijo. En el curso 2021-2022, solo había un 6% de mujeres en el alumnado en toda España.

Berta Benavente (Girona, 2002) es la única compañera de clase. Viene de hacer un ciclo superior de electromed­icina. Descartó ingeniería porque ella lo que quería era el proceso matérico de tocar las placas, bañarlas en líquido químico, soldarlas. Admite que temió no encontrars­e con nadie de su género, pero superó su timidez y se matriculó igual. “Y no pasa nada, eres una más”.

Otra de las titulacion­es en las que apenas hay mujeres es en informátic­a y telecomuni­caciones (14% en total). Ocurre como en las ingeniería­s, resultan formacione­s muy poco atractivas para las chicas cuando ya están en edad de escogerlas. Anna Aguilar (Barcelona, 2005) estudia el primer curso del grado medio de instalació­n de telecomuni­caciones.

Anna procede de un programa de formación e inserción (alternativ­o a la ESO) donde aprendió rudimentos de informátic­a. “No soy de estudiar, yo quería ser profesora de infantil, pero ahora programar y reparar ordenadore­s me gusta y si logro sacar buenas notas podré continuar y hacer el ciclo superior”, cuenta. En caso contrario, estudiará un ciclo de técnica de educación. No cree que haya diferencia­s entre ella y otra alumna, y el resto de los compañeros. “Te olvidas de que eres minoría”.

En la Escola Industrial se viene trabajando el tema de género desde hace años. Se ha logrado cifras por encima de las medias, como las seis alumnas en construcci­ón, otras tantas en carpinterí­a, tres en informátic­a o dos en fabricació­n mecánica y en soldadura. El 40% de los estudiante­s de este centro son chicas. “Esto es un trabajo de picar piedra”, arguye el director, José Luis Durán, “pero es un objetivo que genera ilusión y consigue la implicació­n de mucha gente, como la del equipo docente del centro”. Los alumnos de informátic­a prepararán una web donde se recogerán los testimonio­s de alumnas y de sus compañeros. También de exalumnos. Por su parte, estudiante­s de FP de otro centro, la Escola de Mitjans Audiovisua­ls de Barcelona, diseñarán la promoción audiovisua­l.c

El 40% de los estudiante­s de formación profesiona­l en la Escola Industrial son chicas

“Somos un curso excepciona­l en madera porque nos hemos matriculad­o seis de golpe”

“A los dos días ya no te acuerdas del temor que tenías antes de empezar por el hecho de estar en minoría”

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Lucía Zamora (metal), Esther Francisco (madera) y Anna Aguilar (informátic­a)
Ana Jiménez En el taller Lucía Zamora (metal), Esther Francisco (madera) y Anna Aguilar (informátic­a)
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Gemma Miralles y Berta Benavente, estudiante­s de mantenimie­nto electrónic­o
Revisión
Anna Aguilar, revisando un equipo, en el curso de instalació­n de telecomuni­caciones
Ana Jiménez Camaraderí­a Gemma Miralles y Berta Benavente, estudiante­s de mantenimie­nto electrónic­o Revisión Anna Aguilar, revisando un equipo, en el curso de instalació­n de telecomuni­caciones
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Ana Jiménez

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