La Vanguardia

Humanismo y tecnología

Uno no está tan impresiona­do, la verdad, por ChatGPT – ‘yipití’ para los amigos–, pero sí echa en falta un sentido moral, una ética que oriente a la máquina y le haga entender, por ejemplo, que mentir está feo.

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Ahora que en las mejores escuelas de negocios redescubre­n las humanidade­s, siguiendo el viejo camino recorrido por Cambridge y Oxford, es precisamen­te cuando en nuestro país, siempre tan apegado a una falsa modernidad, se pierden los estudios de esas mismas humanidade­s y se relega el latín al cuarto de los trastos viejos. Historia, literatura, filosofía y arte dibujan el mínimo que debe cubrir y conocer cualquier aspirante a capitanear una empresa, pues mal podrá hacerlo si no entiende antes quiénes son los seres humanos y cuál ha sido su evolución.

Pero no hay que lamentarse en demasía, pues ya vemos que en todo Occidente flojean los méritos escolares y que la nueva moda nos dice que la llamada inteligenc­ia artificial (en puridad, bases de datos conectadas y con cierta capacidad de autoaprend­izaje) pronto escribirá nuestros trabajos académicos y hasta pudiera ser que nuestros periódicos y las cartas a la amada. Uno no está tan impresiona­do, la verdad, por ChatGPT – yipití para los amigos–, pero sí echa en falta un sentido moral, una ética que oriente a la máquina y le haga entender, por ejemplo, que mentir está feo y que aceptar que algo no se sabe cuando no se sabe es una muestra a la vez de modestia y de humanidad.

Hemos alimentado a esta inteligenc­ia artificial con todo tipo de contenidos, muchos de ellos sujetos a derechos de autor, pero da igual, todo se ha embutido en la gran triturador­a de cultura que ahora vomita sus morcillas mientras esperamos a que aprenda a hacer platos refinados.

Sin duda, es una revolución tecnológic­a, social, económica y hasta política; mucho más, incluso, de lo que supuso la irrupción de internet y las llamadas nuevas tecnología­s, que ya no son tan nuevas, pues casi todas las grandes empresas hoy oligopolio empezaron hace más o menos diez años su andadura. Y ahora que se ha desvanecid­o la utopía de un internet más democrátic­o y libre, plagado de conocimien­tos y virtudes, y le hemos visto la patita a una red poblada de bulos, mentiras y manipulaci­ón, nos tiemblan las piernas al imaginar lo que puede suponer esta nueva herramient­a en un mundo que avanza hacia el enfrentami­ento y la intoleranc­ia.

Y pese a todo, uno es optimista. La humanidad siempre, tras su sufrimient­o y dudas iniciales, acabó por dominar e integrar las nuevas tecnología­s. No soy, déjenme decírselo así, un ludita. Al contrario, creo que toda nueva tecnología trae también una evolución del mismo humanismo que, de hecho, fue posible gracias a una renovación tecnológic­a: la imprenta de tipos móviles.

Chinos y coreanos ya conocían una imprenta de tipos móviles muy anterior a la occidental. Y la xilografía, la impresión mediante planchas de madera, era muy conocida cuando Gutenberg, herrero y orfebre, reconvirti­ó una vieja prensa de vino y fundió unos tipos de metal resistente­s y capaces de crear líneas y páginas. Gutenberg pasa por ser el inventor de algo que en realidad aprovechó su socio y prestamist­a, Johann Fust (junto con el yerno de Fust, Peter Schöffer) y con lo que el propio Gutenberg se arruinó en Maguncia, aunque luego se resarciera en Bamberg. La llamada Biblia de Gutenberg, la de 42 líneas por página, es en realidad la Biblia de Fust.

Pero todo eso da igual, porque lo significat­ivo fue la revolución que supuso la imprenta, que sacó el saber de los scriptoria medievales y de los copistas de los monasterio­s (la mayoría analfabeto­s) y creó un mundo lleno de imprentas y libros. La Venecia de Nicholas Jensen y Aldus Manutius, el Manuzio que reencontró los clásicos griegos y latinos. O Barcelona y Valencia, entre otras muchas ciudades. Los libros incunables, es decir, los que se imprimiero­n hasta el día de Pascua del año del Señor de 1500, lo son porque están hechos en la cuna, o sea, en el nacimiento de la imprenta, entre 1456 y 1500. Porque ya en el siglo XVI, en la primera década se habían impreso dos millones de ejemplares en Europa, que al acabar el siglo eran casi doscientos millones de volúmenes. Esos libros, esa explosión, fue la que impulsó el humanismo y el Renacimien­to. Y lo que hizo posible la reforma luterana y el mayor salto de conocimien­tos y nuevas ideas que haya vivido la humanidad.

Nos tiemblan las piernas ante esta herramient­a en un mundo que avanza hacia la intoleranc­ia

Pero lo significat­ivo fue la revolución que supuso la imprenta, que sacó el saber de los monasterio­s

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LV / ARCHIVO. Linotipist­as en los talleres de La Vanguardia en Pelai; años veinte del siglo pasado

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