La Vanguardia

El síndrome Sibilio

- Lluís Canut

El dominicano Chicho Sibilio es considerad­o uno de los jugadores más brillantes de la historia de la sección de baloncesto del FC Barcelona. La armonía de sus movimiento­s, tanto de espaldas como de cara al aro, aspecto del juego en el que se convirtió en el “rey de la distancia” por sus altos porcentaje­s en lanzamient­os de triples, le hubieran permitido jugar vestido de frac por su vistoso juego de pies, digno de un bailarín de claqué del estilo de Fred Astaire. Sibilio únicamente era discutido en dicha faceta en su época por la eficacia de otro cañonero como el matraco Margall, santo y seña en esta caso de la Penya.

Descubiert­o en una gira con la selección de Santo Domingo que le llevó a jugar en l’hospitalet, gracias al ojo clínico de Ranko Zeravica y Eduard Portela, Chicho dejó su país que tanto amaba para enrolarse a mediados de los años setenta en aquel Barça que ansiaba romper la hegemonía del Real Madrid. Un proceso que no se completó hasta los primeros años de la década de los ochenta, cuando el añorado “triángulo mágico” formado Solozabal, Epi y Sibilio se acabaría convirtien­do en el amo y señor, tanto en España como en Europa. Solo hubo una excepción, la soñada Copa de Europa contra la que el dorsal seis barcelonis­ta se estrelló con una pobre anotación de 4 puntos en la primera final jugada contra el Banco di Roma en Ginebra en el año 1984. Para desesperac­ión del técnico, Antoni Serra, que no asumió la derrota, después de haber ido al descanso con una cómoda ventaja de diez puntos. Algo que atribuyó al pobre bagaje anotador de Chicho, al que se le perdonaban sus debilidade­s defensivas a cambio de su poderío en la faceta ofensiva. Algo parecido a lo que había sucedido tres años antes en la final de la Recopa disputada en Roma contra Squibb de Cantú, con tan solo dos raquíticos puntos convertido­s por Sibilio.

Un síndrome muy parecido al experiment­ado en la semifinal de Kaunas del viernes pasado, con Nicola Mirotic, al que se le encogió la muñeca y no convirtió sus primeros puntos, para un total de tres, ya con el reloj luminoso marcando los 37 minutos jugados. La peor noche de uno de los mejores jugadores europeos de la última década, fichado por la directiva de Bartomeu a golpe de talonario, para poder ser el factor diferencia­l en la Euroliga y que reconoció haber tenido la noche más negra de su carrera el día que más se le necesitaba.

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