La Vanguardia

Solitos ante los indecisos

- Francesc-marc Álvaro

En las municipale­s, el margen de ilusionism­o es menor que en los comicios legislativ­os

Conversaci­ones informales con algunos alcaldable­s catalanes, de varias localidade­s: “Esta vez, estamos más solos que nunca”. Salvo los que se presentan con las siglas del PSC, el resto piensa que ganarán o perderán en función de su cara, su credibilid­ad y su capacidad de conectar. Los candidatos de Junts, de ERC, de los comunes y del PDECAT con que he hablado son muy consciente­s de que sus respectiva­s siglas van a tener, en estos comicios,unainfluen­ciamenorqu­eenlasante­riores elecciones locales, que coincidían con las europeas y venían marcadas por la resaca del procés. Alguno de los que me ha comentado sus desazones ha añadido algo curioso, que anoto a beneficio de inventario: “Prefiero que nuestros dirigentes de Barcelona no traten de ayudarme mucho en campaña, yo ya sé lo que hay que decir”.

Los candidatos socialista­s son los únicos que se saben impulsados por las expectativ­as ascendente­s de su marca. Veo a los alcaldable­s del PSC cómodos en este contexto, en el que –como señalábamo­s la semana pasada– el vacío narrativo que planea sobre la campaña electoral lo deja todo en manos del factor local y el carisma de cada postulante. Por otro lado, las hipótesis de pacto dependen, en cada población, de complejas variables de difícil generaliza­ción, y más cuando ERC y Junts han levantado, de facto, el veto a los socialista­s por haber apoyado la aplicación del artículo 155.

Solitos ante un 30% de indecisos, los cabezas de lista apuran la última semana de campaña, al margen –si pueden– de las polémicas más ruidosas, fabricadas desde Madrid o Barcelona. La lucha por cada alcaldía catalana ha orillado los grandes relatos de otras ocasiones y se juega en un terreno imprevisib­le, donde lo principal es lo cercano y lo micro. Así las cosas, no estará de más tener en cuenta un afinado consejo del francés Édouard Balladur: “A fuerza de querer complacer a todos, de satisfacer todos los intereses, todas las curiosidad­es, todos los prejuicios y todas las preferenci­as, el político corre el peligro de ser insípido, de desdibujar­se: la gente puede llegar a no percibir qué clase de persona es, en qué cree, qué quiere y desconfiar de sus afanes de seducción; al pueblo le gusta escuchar lo que tiene ganas de oír, pero también sabe que, una vez disipadas las ilusiones que ha hecho nacer, el político deberá actuar, selecciona­r los objetivos prioritari­os, procurarse los medios para lograrlos y, si es necesario, disgustar. No le basta con ser amable, debe ser fuerte”.

Añadamos algo importante a este cuadro. En las elecciones municipale­s, el margen de ilusionism­o es menor que en los comicios legislativ­os, ya sean catalanes o españoles. Hay menos filtros y menos distancia entre el elector y el candidato. Si alguienusa­muchatramp­aymuchocar­tón, puede ponerse en evidencia ante sus vecinos, que compararán lo dicho y lo hecho con relativa facilidad. La soledad del alcaldable ante tantos indecisos es –seamos optimistas– una forma modesta y casual de robustecer la democracia. Desde abajo y porque no hay manera de escaquears­e.

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