El último suspiro del edén africano
Estudios y libros alertan de la alarmante disminución de fauna salvaje en África
La primera vez que el escritor Amador Guallar tocó con su mano la piel rugosa y áspera de un rinoceronte negro se quedó paralizado y le embargó un sentimiento agridulce. “Fue como palpar un mundo casi desaparecido”, recuerda. Aquel día en la reserva natural de Dinokeng, en Sudáfrica, su sensación de cuenta atrás, de estar frente a los últimos días de una especie en vías de extinción —según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, quedan solo 3.142 ejemplares de esta especie, el estadio anterior a su desaparición—, no fue una urgencia aislada. “Si no se hace algo para detener el ocaso de la fauna salvaje africana y conservar lo que queda, creo que vamos a ser la última generación humana en ver animales realmente en libertad. Seremos los últimos en experimentar el mundo indómito y el paraíso terrenal en el que vivimos”, explica.
Tras cubrir como reportero varios conflictos en el mundo, Guallar ha dedicado varios meses a recorrer los paraísos naturales de África para alertar sobre la alarmante disminución de animales en el continente. Fruto de aquellos viajes, publica el libro Los últimos días del África salvaje (editorial Diëresis), donde desgrana tanto las amenazas a la naturaleza como el trabajo de quienes luchan para conservar el ecosistema. En conversación telefónica desde l’escala, donde descansa antes de su próxima cobertura, tiene claras las raíces del problema. “Son muchos los factores detrás del declive de animales africanos, pero el ser humano está en el centro. El aumento de la población y la falta de respeto por el medio natural han provocado esta situación casi sin retorno —explica Guallar—. El cambio climático a causa de la acción humana y la caza furtiva de rinocerontes o elefantes, pero sobre todo la de subsistencia ligada a la pobreza, de quienes cazan para poder comer, también han llevado a esta situación insostenible”.
Los grupos de conservación de la naturaleza llevan años advirtiendo de la catástrofe. Si hace unos años el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF en sus siglas en inglés) denunciaba que desde el año 1970 más de 20.000 poblaciones de mamíferos, aves, anfibios, reptiles y peces han reducido su población en un 68%, la muerte la semana pasada de Loonkito, el león más longevo de África con 19 años, asesinado por unos pastores kenianos, muestra la fragilidad del escenario actual. Según los expertos, con una población de apenas 20.000 leones en África, en solo 10 o 15 años los reyes de la sabana africana habrán desaparecido en estado de libertad.
El contexto natural empeorará las cosas. Según un reciente estudio publicado en la revista Nature climate change, el agravamiento de la crisis climática multiplicará la amenaza. Tras analizar 49 investigaciones, un equipo liderado por la bióloga estadounidense Briana Abrahms reveló que varios fenómenos relacionados con el clima y que cada vez son más comunes han incrementado el conflicto entre la fauna salvaje y los seres humanos. “La mayor sorpresa –explica Abrahms– fue lo ubicua que es (esa conexión), ya sea en el océano o en la tierra, en el Ártico o en el sur de África, está muy extendida a nivel mundial”.
En el informe, el experto en bioestadísticas Joseph Ogutu lidera un exhaustivo análisis de 39.000 conflictos entre humanos y animales salvajes entre 1995 y 2016 en reservas naturales de Kenia. Si bien la mayoría de casos tienen relación con elefantes, que destrozan cultivos, registraron también 4.500 incidentes con monos y babuinos, 2.400 con búfalos, 1.500 con hipopótamos, 1.645 con leones y 925 con hienas.
Aunque las sequías han disminuido la dieta de algunas especies y el calor pone en peligro las estaciones de reproducción de otras, Ogutu subraya la expansión del hombre
La crisis climática ha multiplicado y agravado los conflictos entre el ser humano y los animales en libertad
como punto de inflexión. “La vida silvestre y los pastores solían arreglárselas siendo móviles y flexibles. Pero debido a que el número de seres humanos ha aumentado y la cifra de asentamientos humanos e infraestructuras ha crecido, la convivencia se está volviendo cada vez más difícil. Realmente necesitamos más espacio para que la vida silvestre pueda vivir libremente”.