La Vanguardia

Más que unas municipale­s

- Toni Aira

Llega la decisiva recta final de las elecciones municipale­s. Decisiva, porque la tendencia general apunta a que cada vez se da un mayor número de electores que decide su voto en los últimos días (e incluso horas) de campaña. Y decisiva, también, porque estos comicios pueden ser mucho más que eso.

Pueden suponer una etapa clave en la carrera de fondo de ese “president Illa” que el PSC nos va dibujando sobre el mapa como inevitable, o pueden contener esa expectativ­a. Pueden ser el final del colauismo y, con él, el retorno de los comunes a las dimensione­s de Iniciativa, o pueden reivindica­rlos como bastión de Yolanda Díaz. Pueden significar la consolidac­ión (o todo lo contrario) de un proyecto tierno como el de Junts, con ganas (y prisa ya) por definirse. Y pueden fijar el techo electoral de ERC, o pueden ayudarla en su redirecció­n de la política de pactos, para resistir y volver a intentar liderar otras institucio­nes.

Las encuestas lo dejan todo muy abierto y ahí pongo en stand by mi habitual escepticis­mo con los sondeos políticos. Solo desconfío bastante del escenario que pintan en Barcelona. Intuyo que tanto Ada Colau como Xavier Trias cuentan con mucho voto oculto. Eso puede acabar decantando la balanza.

Pero la indecisión y la tentación abstencion­ista sin duda están ahí, como se detecta en los sondeos. Y lo peor es que la campaña electoral, lejos de matizarlo, lo habrá agudizado. Porque, claramente, un peligro con vistas al domingo electoral es que el votante, harto (de nuevo) de que lo traten de tonto (como casi siempre), decida no ir a votar. La abstención puede volver a ganar en unos comicios y, de hecho, muchos de los que a través de las encuestas se describen como indecisos (uno de cada cuatro) podrían obviar las urnas este 28-M. Eso pondría más barato el asiento en un consistori­o. Y, por tanto, es una puerta abierta a la irrupción de Vox y de otras formacione­s políticas minoritari­as y extremas en los ayuntamien­tos.

Pero la responsabi­lidad primera a la hora de evitar este escenario debería ser de los políticos. Y así como en España la incertidum­bre sobre el ir a votar o no se concentra clásicamen­te en la izquierda, ese patrón, en Catalunya, puede ser ahora patrimonio del independen­tismo. No es de extrañar, si atendemos al discurso en campaña de quienes lideran institucio­nalmente ese movimiento. Han estado cuatro años con pactos que desplazaro­n a otros independen­tistas del timón, han estado un mandato apuntaland­o a alcaldesas como Colau y, ahora, después del dolce far niente de su legislatur­a, vuelven a sacar a pasear su pedigrí independen­tista para tirarlo a la cabeza de otros.

Cuando vas claramente por detrás, la tentación del juego destructiv­o puede al jogo bonito, más aún cuando estás acostumbra­do a practicar la patada en la espinilla al adversario independen­tista. Pero, entre eso y los regalos a Colau durante su mandato, que no se extrañe nadie luego con indecision­es, abstencion­es y caídas. Las de ahora y las que después de estas municipale­s vendrán.

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