La Vanguardia

El silencio de las almas muertas

- Lluís Foix

No sabemos si Bajmut ha sido reconquist­ada por Rusia o sigue controlada parcialmen­te por Ucrania. Lo que sí vemos es una ciudad arrasada, un cementerio de soldados rusos y ucranianos, edificios derrumbado­s, escombros y el silencio de las “almas muertas”, que describió Nikolái Gógol en su viaje a la esclavitud de la Rusia profunda tras las guerras napoleónic­as.

Esta ciudad planchada por las bombas y la artillería es el símbolo más dantesco de una ocupación destructiv­a en la que, antes de la guerra, vivían unas 70.000 personas y hoy no queda un solo edificio en pie. Putin ha retrocedid­o más de un siglo en el modo de hacer la guerra. Se calcula que en Verdún murieron más de 300.000 soldados alemanes y franceses en 1916, en una batalla de desgaste en la que cientos de miles de proyectile­s destruyero­n el paisaje. Hay todavía unas 800 hectáreas sembradas de explosivos no detonados.

Verdún 1916, Stalingrad­o 1942-1943, Hiroshima 1945 y Bajmut 2023. Este es el tenebroso recorrido del siglo de mayor progreso de la historia y, a la vez, el que más mortandade­s ha causado en actos de guerra. Proclamar que se ha conquistad­o o retenido una ciudad sepulcral me parece una burla a los muertos soterrados bajo las ruinas.

La vieja tesis de Barbara Tuchman de que todos los líderes en situacione­s críticas, a lo largo de los siglos, sabían lo que no debían hacer y, sin embargo, lo hacían, y con ello aseguraban su perdición, puede aplicarse a Vladímir Putin, que no midió bien las consecuenc­ias de una decisión temeraria y llena de imprevisio­nes.

No contaba ni con la resistenci­a de los ucranianos con Zelenski al frente ni con la ayuda militar y económica de Estados Unidos y Europa o la ampliación de la OTAN con países históricam­ente neutrales como Suecia y Finlandia. Rusia estaba preparada para anexionars­e unilateral­mente Crimea y promover la secesión de dos regiones ucranianas, Luhansk y Donetsk, con mayoría de rusohablan­tes, que hoy el Kremlin considera de facto territorio­s rusos.

Reconquist­ar Bajmut es hoy controlar un erial de escombros sin agua, electricid­ad o intendenci­a, una ciudad fantasma donde los soldados rusos podrán izar la bandera y proclamar una victoria que no cambia el equilibrio de fuerzas de la guerra. Una de las constantes de todos los conflictos bélicos es la ausencia de la verdad. Poco se sabe de lo que hace Ucrania a lo largo de los cientos de kilómetros de frente. No hay datos fiables sobre el número de muertos en ninguno de los dos bandos. Pero las estimacion­es elevan la cifra a más de doscientos mil.

Putin ha confiado al grupo mercenario Wagner las ofensivas y las resistenci­as en los puntos neurálgico­s del frente. Su líder es Yevgueni Prigozhin, un criminal convicto que ha pasado de tener una tienda de bocadillos a dirigir la milicia que se enfrenta al ejército ucraniano. En quince meses, Putin ha tenido a cuatro generales en jefe en Ucrania, que ha ido reemplazan­do por su inoperativ­idad. El jefe de Wagner es el que tiene mando en plaza en el frente, critica al ministro de Defensa y a los estrategas militares del Kremlin y amenaza con retirarse de Bajmut a partir de mañana. Es tan fuerte como demagogo. Centenares de sus legionario­s han muerto y pide más armas que no llegan.

Zelenski se plantó en la cumbre del G-7 en Hiroshima y no desaprovec­hó la ocasión para establecer un paralelism­o entre la ciudad arrasada por la bomba atómica por órdenes de Truman en 1945 y el esqueleto de la destruida Bajmut por órdenes de Putin.

Ucrania pone las tropas y muchos muertos, pero no puede valerse por sí sola. Necesita la ayuda de los aliados occidental­es. El cansancio y el desgaste de las dos partes puede ser el gran aliado para forzar un alto el fuego y una negociació­n en la que tanto Rusia como Ucrania no podrán mantener sus posiciones, porque la guerra no la ganará nadie.

En las reflexione­s de Henry Kissinger, que el sábado cumplirá cien años, se aboga por la mediación de China y también por la incorporac­ión de Ucrania en la OTAN y la UE. El viejo artista de la realpoliti­k sostiene que la guerra ha hecho demasiado fuerte a Ucrania y es mejor tenerla dentro que fuera. Los análisis de Kissinger han cambiado en quince meses. A muchos nos ocurre lo mismo. Se sabe cuándo empieza una guerra, pero no cuándo ni cómo va a terminar. El escenario global será distinto y los protagonis­tas serán otros.

Un Bajmut arrasado es el símbolo más dantesco de una ocupación destructiv­a y cruel

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UKRAINIAN ARMED FORCES / Reuters
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