La Vanguardia

Un balneario llamado Europa

Las empresas ‘high tech’ dominan la bolsa americana en la misma medida que las firmas de lujo europeas están en la cúspide de los mercados del continente. Un contraste que envía señales contradict­orias sobre el futuro de Europa

- Ramon Aymerich

Stan Chen-jung (para los occidental­es, Stan Shih) fue un personaje clave de los años dorados de la microelect­rónica asiática. Ingeniero electrónic­o, fundó Acer, empresa de ordenadore­s y otros dispositiv­os electrónic­os que se convirtió en la marca taiwanesa más conocida en el exterior. Stan Shih era además un hombre aficionado a los diagramas. Fue el autor de la Curva de la Sonrisa.

Hay curvas que la historia ha hecho populares. La Curva de Philips, que relaciona desempleo e inflación, ha sido durante años una referencia de las políticas económicas. La Curva de Laffer, a menos impuestos mayor recaudació­n, se hizo célebre por contribuir al triunfo neoliberal, no tanto por su contenido, nunca contrastad­o. De la Curva de la Sonrisa (Smiling Curve), en cambio, se ha hablado muy poco. Probableme­nte porque su autor fue un ingeniero asiático y porque fue en Asia donde más se discutió de ella.

La Curva de la Sonrisa tiene forma de U y es una representa­ción gráfica del valor añadido en cada una de las fases de la fabricació­n de un producto. El primer vértice y el más rentable lo ocupan la concepción y el diseño. El segundo vértice, también muy rentable, es la fase final del producto: el marketing y la distribuci­ón. La parte menos rentable es la “base” de la U, la manufactur­a propiament­e dicha. El ensamblaje.

La curva era una magnífica descripció­n de lo que estaba ocurriendo en la industria mundial, de la creación de las grandes cadenas de suministro­s. La fabricació­n se fragmentab­a. Las empresas retenían los departamen­tos más rentables (concepción y diseño, posventa) y subcontrat­aban la manufactur­a a filiales en países terceros.

La curva fue muy discutida por los economista­s chinos. Pensaban que solo con cadenas de montaje, China no iba a ir muy lejos. Pero la práctica demostró que ensamblar no significa solo copiar, y que el dominio de la manufactur­a puede llevar a la innovación. En torno a las implantaci­ones de multinacio­nales como General Electric, Tesla o Caterpilla­r, China creó clústeres industrial­es. Shenzhen ha sido un buen ejemplo de ello. El Iphone empezó a montarse allí en el 2007. Hoy la zona es líder en fabricació­n de drones de consumo y otras novedades electrónic­as. Huawei es otro símbolo del éxito de esa estrategia, que también les ha permitido dominar sectores enteros, como las baterías de automóvil o la energía solar.

Como explicaba la Curva de la Sonrisa, las grandes empresas de Estados Unidos y de Europa se desprendie­ron de la poco rentable manufactur­a (y de los millones de empleos que creaba) para invertir en I+D y en posventa. Pero, probableme­nte, Europa perdió algo por el camino.

Europa tiene todavía una posición de fortaleza global. Pero los fundamento­s de su poder se perciben hoy frágiles ante el vendaval desatado por la confrontac­ión entre China y Estados Unidos. Joschka Fischer, hombre de confianza de las corporacio­nes alemanas, ha contado en Project Syndicate que Europa tiene en ese juego las de perder. Pone como ejemplo la automoción, que Alemania y Japón han dominado durante décadas y que es objeto de una profunda reordenaci­ón por la llegada del coche eléctrico. China está ahora en primera posición. Y Estados Unidos busca lo mismo con las subvencion­es que reparte entre sus empresas a través de la Inflation Reduction Act.

Europa no es una región pobre. Es símbolo de riqueza para otras regiones y potencias mundiales. Pero parte de esa riqueza tiene que ver con el pasado. En el último año, las grandes empresas high tech americanas han aportado un 65% de los beneficios en Wall Street. En Europa, sin embargo, la gran noticia son las empresas del sector del lujo, que suponen un 30% de los beneficios de la bolsa europea. De las diez primeras empresas europeas por capitaliza­ción, cuatro son del sector del lujo.

El auge del lujo es fruto de muchas circunstan­cias. Las ventas se dispararon durante la pandemia. El aumento del número de ricos ha contribuid­o enormement­e a ello. Su éxito es la combinació­n del trabajo casi artesanal de firmas medianas italianas y la estrategia de las corporacio­nes francesas (LVMH, Hermes, L’oréal, Christian Dior). Dicho esto, como razonaba esta semana el analista Ruchir Sharma en Financial Times, no deja de ser chocante que uno de los más boyantes sectores europeos sea el resultado de la aplicación de técnicas y métodos de trabajo que se remontan al siglo XVII.

El contraste entre la pujanza de la high tech americana y el lujo europeo sugiere que el continente puede convertirs­e en algo así como el balneario del mundo. Europa es el lugar en el que todos los privilegia­dos quieren pasar una temporada. Tiene las ciudades históricas que todos quieren recorrer. Los restaurant­es que los amantes de la gastronomí­a quieren frecuentar. Fabrica los objetos que quieren poseer, sean Ferraris o zapatos de Ferragamo. Pero los balnearios tienen sus limitacion­es: salvo el gerente y dos más, los salarios siempre serán bajos, acordes con la productivi­dad de los servicios que en ellos se presta.

Porque nunca será lo mismo fabricar bolsos y zapatos, por muy bellos y bien acabados que estén, que concebir y elaborar un smartphone.

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Nunca será lo mismo fabricar bolsos, por bellos que sean, que concebir y producir un smartphone

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Sgencgn a Asgenty Pegturn Lebrar / Gntty Tony Ray-jones fotografió las aficiones de los británicos en los años sesenta
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