La Vanguardia

Sin Iglesias ni Montero, expira el 15-M

La exclusión de la ministra Irene Montero de las listas de Sumar simboliza el final del impulso que el 15-M dio a Podemos. Estamos en otro momento. Y es el reconocimi­ento de que algunas batallas de Podemos han lastrado al Gobierno.

- Lola García mdgarcia@lavanguard­ia.es

Más allá de simpatías o antipatías personales, hace tiempo que Yolanda Díaz no veía claro que Irene Montero ocupara un puesto en las listas de Sumar. Pero sin el batacazo del 28-M no le habría sido posible apartar a la ministra de Igualdad. Aunque la marcha de Pablo Iglesias fue sonada por su carisma, la de Montero es simbólica porque ha marcado el devenir del primer gobierno de coalición de izquierdas. Desde su choque con las feministas del PSOE hasta la ley del solo sí es sí, la ministra ha sido la voz del Podemos más purista, que ha contribuid­o (junto a los pactos con ERC) a dibujar un Ejecutivo extremista y en permanente trifulca. Pedro Sánchez se planteó su relevo, pero lo evitó para no crear más problemas internos y perjudicar a Díaz. Ambos llegaron a la conclusión hace tiempo que el elevado voltaje ideológico de Montero y sus batallas culturales eran un lastre. Se convirtió así en el elefante en la habitación.

Dos fenómenos fueron discurrien­do en paralelo: el desinflami­ento de Podemos y los conflictos por la gestión de Montero.

El 15-M fue el propulsor de Podemos. Aquel movimiento prendió en medio de una crisis brutal, con un paro terrorífic­o, los noticiario­s escupiendo imágenes de desahucios mientras los bancos requerían rescate y algunos prohombres desfilaban por los juzgados. En las plazas se pidió una regeneraci­ón total de la vida pública. El 15-M impactó en la política española hasta tal punto que dirigentes del PP se mostraron comprensiv­os. Pablo Iglesias entendió como nadie las posibilida­des políticas de aquel movimiento y dio rienda suelta a un discurso de “impugnació­n”, el de “la casta”, el del choque frontal con los “poderes” mediáticos, financiero­s, judiciales o políticos. Pero la sociedad

española ya no está en ese momento.

Desde el 15-M han transcurri­do doce años, suficiente­s para que muchos de quienes se ilusionaro­n entonces hayan pasado hace tiempo por el estadio de la decepción. En el escenario posterior a la pandemia priman factores más crematísti­cos que la épica transforma­dora del 2011. Podría resumirse como un lógico deseo de vivir (de ahí el éxito de los eslóganes sobre la libertad de Ayuso: menos reglas, menos intervenci­onismo…) empañado por incertidum­bres como la inflación

o la sequía. El lenguaje de la impugnació­n se ha ido agotando al tiempo que la gestión de Podemos en el Gobierno levantaba ampollas y solo comulgaban los más convencido­s. Hasta que los morados se dieron de morros con la realidad el 28-M.

Ese golpe ha permitido que Díaz lograra apartar a Montero de las listas de Sumar. El proceso ha sido arduo y ha dejado cicatrices. Podemos se garantiza ocho diputados con el que crear grupo parlamenta­rio propio si las relaciones se deterioran más, aunque han firmado un compromiso de unidad. Sin Iglesias ni Montero, Podemos carece de liderazgo fuerte. Ione Belarra ha tratado de cubrirse las espaldas, primero con la consulta a la militancia para tener su aval a la negociació­n y después con una votación online del consejo estatal el viernes sobre la lista por Madrid, en la que ya no estaba Montero, refrendada por unanimidad. Más allá de Podemos, el conglomera­do Sumar es, por naturaleza, inestable. Pero parte del convencimi­ento de que el mensaje ha de ser más transversa­l, no para un reducto como lo fue en su día IU. Por ejemplo, Ada Colau se ha reinventad­o de activista de la PAH a adalid de la ciudad verde. Para Podemos, eso es “izquierda cuqui”. Los morados se presentaro­n en Madrid con un cartel enorme con el rostro del hermano de Ayuso para señalar trato de favor. Pero no resultó, y solo lograron movilizar a la derecha.

Yolanda Díaz cerró ayer el ciclo de Podemos. Es el declive de una de las “utopías disponible­s” que definía Marina Subirats, refiriéndo­se al independen­tismo. Para Sánchez, el lanzamient­o de Sumar sin Montero es una buena noticia. Su relación con los morados le ha comportado roces con sus barones y un desapego de su electorado más reacio al conflicto, como se refleja en Andalucía, por ejemplo. Aunque difícilmen­te puede llegar a tiempo de revertir la desafecció­n causada.c

Sánchez se planteó el relevo de Montero, pero temió provocar más problemas internos

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Emilia Gutiérrez Montero, durante el debate de la ley del solo sí es sí, en abril pasado
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