¿Importa la gestión a la hora de votar?
Lecciones para las legislativas: el 28-M castigó a gobiernos bien valorados y premió a otros con una puntuación muy baja
NLa gestión tendrá un valor relativo el 23-J si el discurso no la pone en valor y sintoniza con la mayoría de electores
Basta con que el PP ponga el foco en los incómodos socios del Ejecutivo para ofuscar el balance de gobierno
o hay justicia en la historia. La frase del filósofo Yuval Noah Harari debería tenerla presente todo político antes de sentirse maltratado o incomprendido por los votantes. De hecho, tras el desenlace del 28-M y la convocatoria de elecciones para el 23 de julio, el pasado y el futuro se han fundido en el presente, y las lecciones de los comicios locales y autonómicos de mayo deberían servir para enfocar con lucidez los comicios del 23-J. La principal de esas lecciones es que la gestión tiene un valor relativo: el 28-M derribó gobiernos bien valorados y, en cambio, premió a algunos con una actuación muy criticada.
Algunas cifras son tan elocuentes como paradójicas: uno de los gobiernos regionales mejor puntuados era el de Aragón, y su presidente, el socialista Javier Lambán, llegó a obtener en diciembre pasado la aprobación del 59% de sus conciudadanos (los datos son del CIS). Además, su valoración positiva entre los votantes del PP era la más alta de todos los presidentes socialistas: hasta un 41% de los electores populares evaluaba positivamente a Lambán.
Sin embargo, Aragón ha resultado ser una de las comunidades donde el relevo se ha impuesto contra todo pronóstico: PP y Vox sumaron el 28-M una mayoría absoluta clara (35 escaños sobre 67). El dato es relevante porque ese territorio suele comportarse electoralmente como una pequeña España.
Pero lo llamativo es que otras dos comunidades socialistas con indicadores similares de valoración de sus respectivos gobiernos y presidentes –Canarias y Castilla-la Mancha– arrojaron desenlaces contrapuestos: en las islas gobernará una coalición entre insularistas y populares, mientras que en la comunidad castellanomanchega, el socialista García-page retuvo la mayoría absoluta.
Es cierto que el líder manchego ha sido muy crítico con Pedro Sánchez (y eso le permitió cosechar bastante sufragio de centro), pero también lo ha sido el aragonés Lambán, que, sin embargo, retrocedió en votos y escaños. En el otro extremo, la Comunidad de Madrid aparecía en diciembre pasado entre las peor valoradas, lo mismo que su presidenta. La valoración de Díaz Ayuso mejoró en abril –tras cerrar el conflicto con los sanitarios–, aunque su actuación seguía manchada por la funesta gestión de los geriátricos durante la pandemia o por la comisión que cobró su hermano por la compra de mascarillas.
Sin embargo, y pese a vertebrar su mensaje con algunas afirmaciones delirantes, Díaz Ayuso conquistó la mayoría absoluta. Y ello a pesar de que la presidenta madrileña era la mandataria cuya gestión concitaba mayor rechazo entre los votantes de la oposición. Eso sí, entre los suyos suscitaba el mayor respaldo de todos los presidentes autonómicos: hasta el 93% de los electores populares aprobaba su ejecutoria. Y ese es un dato clave que garantiza la movilización de los respectivos votantes (si nada lo altera en la campaña).
Ahora bien, la mayoría absoluta de Ayuso se asienta hoy sobre menos votos que en el 2021. Es más: la derecha madrileña ha perdido casi 200.000 papeletas con relación a los comicios de hace dos años. Pero una de las claves del éxito de la presidenta regional fue el hundimiento de Podemos, que perdió más de 100.000 sufragios.
A partir de ahí, la suerte electoral de otros gobiernos mejor valorados, como el de la Comunidad Valenciana, Aragón o Canarias, se explica sobre todo por el retroceso del socio principal del PSOE y/o el naufragio de Podemos. Como si los electores de la dividida izquierda alternativa no se identificasen con esos gobiernos.
Naturalmente, las derrotas de la izquierda se explican también por la movilización y concentración del voto de la derecha en torno al PP y, por supuesto, por el estancamiento a la baja del PSOE en algunos lugares. Conclusión: la gestión por sí misma no es suficiente si no va envuelta en un discurso que sintonice con la mayoría de los votantes (y muy especialmente con los propios).
Las encuestas postelectorales están detectando que hubo mucho movimiento de voto cruzado durante la pasada campaña. Es decir, bastó con que el PP pusiera ruidosamente el foco en alguna ley impopular o en los incómodos socios del Gobierno a través de la polémica sobre las listas de Bildu para que el balance de gestión del Ejecutivo quedase ofuscado. Y algo más que quizás los sondeos no han calculado en su justa medida: una sociedad irritable por el coste de la vida y un Ejecutivo prematuramente envejecido por los agotadores retos de esta legislatura.
Pero el socialismo tampoco logró el 28-M fijar la conversación pública en torno a los datos económicos o a los avances sociales. Sus eslóganes naif parecían dirigidos a un votante abstracto, pero no al beneficiario concreto de las diversas políticas del Gobierno. El 23-J se juega el partido de vuelta.c