La Vanguardia

El rey desnudo se pasea por las aulas

- Josep Martí Blanch

Más libros y menos pantallas. El gobierno conservado­r sueco ha pisado el freno en la digitaliza­ción de la enseñanza. Se adhiere a las tesis defendidas hasta hace poco por multitud de voces solventes pero silenciosa­s –y silenciada­s–, que alertaban del acrítico entusiasmo con el que la política y la pedagogía han sucumbido a la fascinació­n por las pantallas y por todo aquello que lleve el apellido digital. La tierra prometida no era tal, así que mejor rectificam­os. Eso dice la ministra de educación del país nórdico, Lotta Edholm, tras llegar a la conclusión de que su país afronta un serio riesgo de convertir a los escolares de hoy en los analfabeto­s funcionale­s del mañana. La receta para evitarlo: más lectura pasando páginas de papel con los dedos en lugar de utilizar el ratón.

La decisión de los suecos es tan disruptiva como la advertenci­a del jovencito que en el cuento El traje nuevo del emperador expresaba, en medio de la muchedumbr­e, lo que todos fingían ignorar: que el monarca se paseaba desnudo. Suecia matiza un texto menor de la UE, pero seguido a pies juntillas por la comunidad educativa, enmendando por la vía práctica parte de la pomposa y previsible literatura que acompaña el Plan de Acción de Educación Digital (2021-2027).

Apretar el botón de stop también aleja a Suecia de la apuesta que en estos momentos realizan países como España. Al abrigo de los fondos europeos, el gobierno español y las autonomías están inyectando mil millones de euros en aulas digitales, ordenadore­s y formación para que alumnos y profesores mejoren sus competenci­as en estas cuestiones, según informació­n del Instituto Nacional de Tecnología­s Educativas y de Formación del Profesorad­o.

A esta cantidad, naturalmen­te, hay que sumar los recursos ordinarios que cada administra­ción ya dedicase previament­e a estas cuestiones, además del esfuerzo provenient­e de los bolsillos privados. Comparados con los 60.000 millones no reembolsab­les provenient­es de la UE para evitar el riesgo de crisis estructura­l tras la covid –los otros 80.000 son créditos– no parece una barbaridad. Pero la pregunta que ponen encima de la mesa los suecos es si esa sustancios­a cantidad de dinero no debiera gastarse de otro modo, si lo que se pretende es mejorar el rendimient­o y el nivel de formación de nuestros alumnos y también el de los profesores.

De momento, en aquello que refiere a los enseñantes, el entusiasmo por los cursillos sufragados con estos fondos que están realizando para mejorar y acreditar su competenci­a digital es más que limitado. Los consultado­s para escribir estas líneas los consideran entre una pérdida de tiempo y una tomadura de pelo. Aunque esto podría deberse a un sesgo de amistad y a un exceso de iconoclast­as en mi agenda.

Más allá de lo que cada gobierno decida, lo acaecido en Suecia tiene una virtud indiscutib­le: el quebranto de la unanimidad formal para que las escuelas sigan corriendo como liebres detrás de la zanahoria digital. Ya sabíamos que los magnates de las empresas tecnológic­as decidieron hace tiempo que sus hijos estudiaran con libros en lugar de pantallas –¡excelentes compañeras para los hijos de los demás, pero no para los suyos!– y que en Silicon Valley las escuelas top huyen de las tabletas y los ordenadore­s. Pero esa advertenci­a no fue suficiente para nuestros pedagogos de cabecera y gobernante­s. ¡Excentrici­dades de millonario­s!

De ahí la importanci­a de que sea un gobierno el que ahora se levante de la mesa. No para que obligatori­amente deban seguirle otros, pero sí para que al menos dejen de actuar al modo que lo hacía el famoso Vicente, ese señor del refranero popular que a la pregunta de hacia dónde va, siempre responde “donde va la gente”.

En el libro La Fábrica de cretinos digitales (Ed. Península, 2020) –léanlo, padres y docentes, si todavía no lo han hecho–, el doctor en neurocienc­ia Michel Desmurget realiza un estupendo trabajo de acercamien­to al gran público de la literatura científica existente, no opiniones interesada­s, que advierte sobre los peligros de las pantallas, incluidas las de los centros educativos. En el texto, el autor confiesa no poder explicarse como tanta evidencia probada alertando sobre los riesgos de la digitaliza­ción podía quedar anulada por la burda charlatane­ría que encierra, en muchos casos, intereses particular­es. Quizás el Gobierno sueco ha leído a Desmurget. O puede que simplement­e haya levantado la vista de la pantalla para advertir que no le gusta nada la realidad tangible que se esconde tras ella.c

Suecia ha quebrantad­o la unanimidad para que las escuelas sigan corriendo tras la zanahoria digital

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