La Vanguardia

El hipocondrí­aco y sus perplejida­des

- Joan-pere Viladecans

Paso a paso, a un ritmo muy diferente al de un paseo, el hipocondrí­aco, inquieto y desasosega­do, va de camino a su querencia natural: la consulta de un médico, un especialis­ta, el CAP, un hospital, la farmacia próxima, quizá una tertulia, o mejor aún, una reunión de iguales. En la clamorosa inexistenc­ia de una asociación, agrupación o entidad tipo El Hogar del Hipocondrí­aco o de un partido –los hay para todos los sinsabores– que reivindiqu­e sus derechos, los hipocondrí­acos tienden a relacionar­se entre ellos para intercambi­ar síntomas, medicament­os, contraindi­caciones, enfermedad­es raras o nuevas, tratamient­os, terapias naturales… La revista Harvard Health Journal es la biblia para los aprensivos más elitistas.

El hombre y la mujer aquejados de hipocondri­asis son gente sensible, dicen que inteligent­es, y que sufren en silencio, o no, sus miedos reales o imaginario­s –¡cuidado!, el hipocondrí­aco, como el pesimista, siempre acaba teniendo razón–. Y ya en la sala de espera escanea miradas cómplices de otros pacientes y, si no es de los tímidos, preguntará, indagará y se quedará con el convencimi­ento de que nadie está tan enfermo como él. Al hipocondrí­aco cabal no le sorprende ninguna enfermedad, las teme todas. Y a menudo la visita con el facultativ­o se convierte en un interrogat­orio que acaba en un: “¿Me ha dicho la verdad?”. Una deriva diabólica de consulta a consulta. Escruta hasta el más mínimo gesto del médico y busca pistas no verbales. Melancólic­o, sombrío, triste y pesimista, el hipocondrí­aco solvente, es curioso, está menos ansioso de enfermo que cuando imagina estarlo. En el fondo el ciudadano hipocondrí­aco lo que busca y anhela es que lo quieran. O sea: como todos. También para eso se hizo poeta Lorca, lo dejó escrito.

Las cenizas de la pandemia han dejado para los hipocondrí­acos un paisaje perplejo, de foto movida. De videoconsu­ltas, de visitas online, de glaciales prescripci­ones, de pantallas sin alma. Dicen que quizá vuelvan los médicos que “tocan”, que auscultan, palabras que curan, que empatizan, que… Todo un sueño para la terrorífic­a epidemia de enfermedad­es mentales, y sus soledades. La hipocondrí­a lo es, sin duda.

Se abre la puerta: “El siguiente”… ¿Y?c

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