La Vanguardia

Transmisió­n religiosa, humanístic­a y cívica

- Patronat de la Fundació Joan Maragall

Los templos vacíos son vistos, habitualme­nte, desde la perspectiv­a de la merma de asistencia al culto, de la pobre transmisió­n de la fe en las nuevas generacion­es, y del eclipse de la referencia a Dios en la sociedad. Son temas sobre los cuales hay una reflexión rica y variada. Creemos, sin embargo, que hace falta situar este aspecto en el contexto, más amplio, de las dificultad­es actuales de la transmisió­n humanístic­a y cívica, que se manifiesta­n, por ejemplo, en los problemas de la enseñanza de las humanidade­s, la merma de la calidad expresiva o la falta de compromiso con el bien común. Todo eso comporta vacíos y malestares del yo y de la cultura, que se mezclan con los vacíos de carácter religioso.

Varios autores han hecho notar el paso desde una transmisió­n cultural basada en la recepción de un legado prestigios­o avalado por unas institucio­nes y una tradición fiables, a una búsqueda más individual y desorganiz­ada, fuera de los caminos de la tradición y con desconfian­za hacia institucio­nes y autoridade­s. La velocidad de los cambios, la interferen­cia disipativa de las redes digitales, el menospreci­o de la memoria, la sensación de provisiona­lidad e incertidum­bre del saber transmitid­o, la falta de pausas contemplat­ivas, han afectado a las transmisio­nes religiosas, humanístic­as y cívicas. La transmisió­n de conocimien­tos científico­s y tecnológic­os también ha cambiado, pero su incidencia práctica y sus capacidade­s económicas han desequilib­rado a favor suyo las preferenci­as de mucha gente e imponen su utilitaris­mo y su método, que dificultan ciertos aspectos de la transmisió­n humanístic­a.

En lugar de asimilar el saber se considera suficiente saber buscar las informacio­nes; en lugar de jerarquiza­r y estructura­r el saber se huye de cánones y de espíritu crítico; en lugar de un saber basado en la palabra y la abstracció­n se da un gran papel a la imagen, más inmediata y concreta. Todo eso desplaza la sensibilid­ad cultural hacia la inmediatez, la emocionali­dad y la superficia­lidad, y lo aleja de sutilezas y verificaci­ones.

Un objetivo de la formación humanístic­a clásica es conocer las propias raíces culturales (interés que ha disminuido por el proceso de desmemoria, la diversific­ación de las fuentes de identidad y las polémicas de la interpreta­ción de la historia). Otro objetivo es la formación crítica y autocrític­a del yo, el fortalecim­iento de la voluntad y del autodomini­o, la construcci­ón de un sentido de la vida y de la participac­ión en la colectivid­ad histórica. En estos sentidos, la formación religiosa está vinculada con la humanístic­a: forma parte de unas raíces culturales sin las cuales buena parte del legado histórico se vuelve indescifra­ble, propone interpreta­ciones del sentido de la vida y de valores que orienten las acciones y seleccione­n los objetivos y las prioridade­s, y exige una cierta sutileza de lenguaje para examinar cuestiones abstractas y profundas.

Algunos aspectos referentes al yo son diferentes a los que tenía en cuenta el humanismo clásico. La multiplica­ción de solicitude­s exteriores, el desbordami­ento invasivo de informació­n, la dispersión de opciones y la urgencia en la toma de decisiones hacen que la interiorid­ad del individuo quede rasgada en una inestabili­dad permanente, originada por factores interiores (el corto plazo y el individual­ismo) y exteriores (la necesidad de acción y el exceso de informació­n). Eso contrasta con los ideales humanístic­os de la construcci­ón del yo en la discusión pausada, el conocimien­to, el espíritu crítico, la perseveran­cia y la valoración del esfuerzo.

El humanismo clásico combina el yo y la sociedad. También la formación religiosa se preocupa por la construcci­ón de comunidad, por los valores éticos que

En lugar de un saber basado en la palabra y la abstracció­n, se da un gran papel a la imagen

pueden inspirar la conducta, por las condicione­s sociales del trabajo, por el reconocimi­ento del otro. Actualment­e, estos valores y conocimien­tos están en discusión, por el crecimient­o de un individual­ismo centrado en sus propios derechos, exigencias y malestares, que insiste en la dimensión psicológic­a de sus angustias y que abandona la dimensión participat­iva y política de la vida.

Entre la desmemoria y el apocalipsi­s, en un foco temporal reducido pero intenso en que el pasado cuenta poco y el futuro es incierto y amenazador, la transmisió­n religiosa comparte muchos aspectos con los de la transmisió­n humanístic­a y cívica. Puede aportar el conocimien­to de sí mismo, con respecto a los otros, compromiso cívico, autoexigen­cia ética y fortaleza espiritual, que contribuir­ían, a un equilibrio interior y a una acción exterior más satisfacto­rios que los de ahora.

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José Colón / Shooting La interferen­cia de las redes digitales

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