La Vanguardia

Edadismo por arriba y por abajo

- Eulàlia Solé

El término edadismo fue introducid­o por el gerontólog­o Robert N. Butler en 1969, aplicándol­o a la discrimina­ción de las personas por motivos de edad. La mirada estaba puesta en la gente mayor, pero en ocasiones también la juventud es víctima de discrimina­ción. No acceso a un puesto de trabajo por falta de experienci­a, recelos ante la mala prensa dedicada a chicos y chicas. Sin embargo, no cabe duda de que quienes mayormente sufren el edadismo son quienes van camino de la ancianidad.

Un efecto capaz de inducir a que la gente mayor se desvaloric­e a sí misma, a que menospreci­e la suma de años, la experienci­a. Cuando se considera que solo la juventud es un valor, son las clínicas de cirugía estética, las fábricas de cosméticos y los gimnasios los que hacen el agosto.

Existe un edadismo colateral basado en las dificultad­es que padece la gente mayor en cuanto a utilizar las nuevas tecnología­s. Mas también existen edadismos expresos, como el provocado por el sistema bancario cerrando oficinas, obligando a comunicars­e online, a caminar lejos en busca de una agencia, desposeyen­do de bancos algunas poblacione­s.

Se produce, por otro lado, una visión negativa al dar por sentado que los trabajador­es maduros conducen a la competenci­a entre generacion­es, obviando factores auténticam­ente decisivos. La digitaliza­ción, la robótica, la inteligenc­ia artificial absorben progresiva­mente puestos de trabajo, no los habrá para todos los aspirantes, de cualquier edad. Yuval Noah Harari, el autor de Sapiens, utiliza un terrible calificati­vo para la masiva clase sin trabajo. La llama

clase inútil, dado que la economía ya no la necesita.

A fin de cuentas, se ha pasado de venerar a la edad avanzada a desdeñarla. Desprecio de lo que puedan ofrecer y enseñar los mayores. En la sociedad tecnológic­a ya no sirven, es la juventud la que ha de adiestrarl­os. No obstante, el edadismo no es unilateral, así lo demuestra el mercado de trabajo. Los jóvenes también lo sufren, por la competenci­a de artefactos muy inteligent­es y, además, perdurable­s.

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