La Vanguardia

Amarás a Pep Guardiola

- Joaquín Luna

Soy barcelonis­ta hasta la médula, barcelonés de alma y el sábado deseaba que el Inter de Milán alcanzase la prórroga (me parecía justo). Tengo, o soy, un problema: ¿por qué siendo del Barça y con dos grandes amigos que son amigos –a su vez– de Pep Guardiola no estaba defendiend­o aquel 1-0 y pidiendo la hora?

A diferencia de muchos guardiolis­tas, nadie me tiene que contar sus méritos. Los he vivido. El gran Ramon Besa me descubrió al de Santpedor en un reportaje antológico sobre lo duro de sus inicios, cuando alternaba el primer equipo con el Miniestadi, allí donde muchos socios cascarrabi­as se dedicaban a hundir a los chavales. Celebré su oro del 92 in situ. Asistí a su despedida en el Camp Nou por cariño a un pedazo de centrocamp­ista. Y admiré en el Nou Sardenya su ascenso del filial, primer año de entrenador. No se me olvida su entusiasmo contagioso y de chaval aquella matinal... El distanciam­iento vino con el procés, el baldío procés. Guardiola retuiteó, dio por bueno y nunca se disculpó por ello el fake de que en Barcelona la policía española, cual nazis, había roto uno a uno todos los dedos de la mano de una joven. Entre la verdad y el nacionalis­mo, eligió el nacionalis­mo...

Tampoco ayudó, intelectua­lmente, el intento de “politizar”

nuestro fútbol con el lazo amarillo, al que renunció tan pronto le recordaron que es en Inglaterra –y no en España– donde más se persigue –y eso no es censura– la propaganda ideológica en los estadios.

Pep Guardiola es el único independen­tista con prestigio mundial, de ahí lo que chincha a la prensa deportiva de Madrid y ese botafumeir­o algo cargante de algunos aquí. Pero de una República idílica a celebrar que el City gane la Champions como si fuese el Barça... No fotem, senyora!

Dicho esto, Guardiola ha hecho mejor el fútbol, que tanto nos apasiona. Y con la inteligenc­ia en esta Champions de ser prudente ante Madrid e Inter para alcanzar lo fundamenta­l: la victoria, que le hace justicia. Muchas horas de darle al coco, dedicación abnegada y una inteligenc­ia futbolísti­ca privilegia­da, que ya tenía en el añorado Mini. Toda una vida (¡y espera!). El mejor entrenador del mundo.

Como tantas cosas, el ‘procés’ me distanció de un Guardiola que ya seguía desde chaval

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