La Vanguardia

La enfermedad de la lectura

La cineasta viaja con tres o cuatro libros porque le angustia que se le acaben

- Llucia Ramis

El otro día le comentó a su hija que, cuando ella muera, podrá regalar y vender lo que quiera: zapatos, lámparas, cuadros, todo. Pero, añadió, “los libros tienen que estar juntos”. La cineasta Isabel Coixet se sorprendió al decirlo porque la posteridad le da igual. Placas y fastos fúnebres siempre le han parecido una tontería, son la evidencia de que estamos aquí un ratito. Sin embargo, le ha pillado esta manía con los libros. Los tiene por toda la casa, en un piso de Gràcia más grande por dentro que por fuera y del que descarta cualquier tentación de mudarse, dada la dimensión que implicaría transporta­rlos. Los más voluminoso­s están en la mesa de la entrada. Junto al distribuid­or que da al despacho pone: Rue du Bonheur. Una estantería forra las paredes hasta el techo. Tiene dos capas. Cada tres meses o así, cambia los libros de delante por los de atrás para que les dé el aire; les quita el polvo con un plumero.

La literatura francesa estaba frente a la inglesa, y los de Anagrama y Tusquets contaban con estantes exclusivos. Pero se han ido invadiendo unos a otros, recolocánd­ose y desordenán­dose. Coixet lee tres o cuatro libros al mismo tiempo, muchos en versión original. Antes de viajar, piensa cuáles se llevará, le angustia quedarse sin lectura. En las mesas de noche (sin diminutivo), se acumulan los que tiene pendientes, montañas a cada lado de la cama. Aprovecha el hueco de la ventana que da a la escalera. Más libros bajo el televisor. Ya de pequeña devoraba todo lo que corría por casa, coleccione­s en papel fino que iban de Sinclair Lewis a John Dos

Passos. Leyó Manhattan Transfer con doce años y no entendió nada; lo hizo a los quince, y sí. Ha vuelto a él a menudo. Le impactaron La edad de la inocencia, de Edith Wharton, las novelas de Henry James y su cuento La muerte del león, “una de las cosas más sublimes que se han escrito”. La place de

l’étoile le descubrió a Patrick Modiano por casualidad mientras estudiaba en la Sorbonne con veinte años, y alucinó. Ha leído todos sus libros varias veces. Le fascina su mirada del mundo, y un yo novelístic­o que también le gusta en Virginie Despentes o Michel Houellebec­q (su última novela le parece la mejor), pero no en Annie Ernaux ni en Christine Angot. Le aburren. Mejor dicho: le molesta esa impresión de que viven las cosas porque las escribirán; le parece que no han vivido plenamente.

No busca identifica­rse con lo que lee, “eso lo encuentras”. Quizá sí que le abran la puerta a lo que no sabe. Supo enseguida que quería hacer la película de

La librería, de Penelope Fitzgerald, y de Un amor, de Sara Mesa (cuyo rodaje acabó en marzo). Sus protagonis­tas le tocaron de un modo muy directo. Las mujeres de Mesa nunca quieren caer bien, no tienen redención; le gusta que no sea complacien­te. También le gustan Marta Sanz, Laura Ferrero –ha seguido el proceso de escritura, “muy bonito”, de Los astronauta­s– y Eva Baltasar (aunque la palabra Permafrost le hace pensar en la permanente). Además de Modiano y Murakami (a quienes conoce y tiene un cariño especial), tiene libros firmados por Philip Roth. Lo admira muchísimo: “Si alguien ha escrito la gran novela americana es él; en American Pastoral puedes encontrar ese extraño sentido de la inocencia de los americanos, una percepción de las cosas que no es la europea”.

Si no leyera, la vida sería mucho menos interesant­e, sentiría que se pierde algo. Por eso lo hace cada noche. Su pareja, Reed, también es un lector ávido. Viven días temáticos, como aquel verano que se iban pasando un libro sobre Jean-paul Sartre y Simone de Beauvoir, y en el coche ponían podcasts con sus voces. Hace poco tuvo una época Nico, cuando le enviaron la biografía You’re beautiful and you’re alone, de Jennifer Bickerdike, y vio que había estado en su último concierto. Leyó ensayos sobre la música de los sesenta y setenta, poemas de Lou Reed, libros sobre la formación de Soft Machine. Eso la llevó a Nick Drake, Françoise Hardy. Le gustaría hacer un documental sobre Kevin Ayers, su paso por Deià y su muerte en Montolieu, donde ella tiene una casa, y donde hay dieciocho librerías. Regala muchos libros, pero solo los presta a dos personas que sabe que se los devolverán. Al entrar en una librería, siente ansiedad. Por eso, más que una pasión, cree que es una enfermedad: “La palabra lletraferi­t es perfecta, es exacta”.c

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Llibe t teixidó
 ?? Llibe t teixidó ?? ‘Rue du Bonheur’
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Llibe t teixidó ‘Rue du Bonheur’ Eso dice un cartel en el #asillo lleno de libros que tiene Isabel Coixet en su casa de $r%cia& aba'o( su colección de no)elas de Patric* +odiano( a quien trata
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