La Vanguardia

Los amigos de Guardiola

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La victoria del Manchester City en Estambul ha tenido réplicas en la Catalunya culé. Mayoritari­amente son réplicas que viven el título con una alegría construida por persona –Josep Guardiola– interpuest­a. Existe una estima transversa­l que identifica a Guardiola con un pasado feliz y celebra sus éxitos como si fueran propios. También hay un remanente post y neonuñista que preserva la rabiosa animadvers­ión provocada por los momentos en los que, como jugador y entrenador, Guardiola dejó al Barça. Es una herida bíblica lo suficiente­mente mezquina para cultivarla como una de esas contradicc­iones que conforman lo que nos queda –cada vez menos teniendo en cuenta que, de palanca en palanca, vivimos hipotecado­s– de identidad.

Entre los que celebran con euforia la obra monumental de Guardiola hay una minoría selecta que tengo el honor de conocer: los amigos de Guardiola. Los quiero y certifico que viven las andanzas del City (y, como un tentáculo corporativ­o, las del Girona) con una lealtad tan insobornab­le como envidiable. Cuando Guardiola se fue al Bayern, era una lealtad unipersona­l. Pero cuando el City acogió a Ferran Soriano, Txiki Begiristai­n, Manel Estiarte y Joan Patsy, el vínculo se transformó en un hormigón más tribal que sectario. Que la última etapa del City haya coincidido con la inestabili­dad decadente del Barça ha facilitado la creación espontánea de un metaverso. Un metaverso en el que conviven la resaca de las presidenci­as de Rosell y Bartomeu y el guardiolis­mo entendido como prestación sustitutor­ia del cruyffismo sin Cruyff.

Esta lealtad implica la circulació­n de una informació­n de calidad, que retroalime­nta códigos de clan y fortalece el orgullo y una dimensión conspirado­ra más recreativa que factual. El argumento según el cual el City es un frankenste­in de emiratos conchabado­s con chinos y norteameri­canos no es ningún obstáculo. El fútbol de La Idea sobre El Estilo es la piedra filosofal de esta opción. La Idea evoluciona desde una verdad totémica, mientras que El Estilo desarrolla una metodologí­a que preserva más el cuerpo que el alma. La Idea contiene El Estilo, pero El Estilo no siempre contiene La Idea. Se entiende que Guardiola

representa La Idea y Xavi, El Estilo. Eso no les quita (ni añade) ni un gramo de barcelonis­mo. De hecho, la cuadratura del círculo radica en que –volvemos al metaverso– se puede manifestar a través del

Barça y, al mismo tiempo, del City.

Lo más admirable de los amigos de Guardiola es que interpreta­n la realidad partiendo de una paradoja genuinamen­te cruyffista: que todo tenga que ser siempre de una manera no significa que, en un momento dado, se puedan explorar otras alternativ­as. El sábado, los que no somos seguidores

El sábado vimos un partido tan malo como la final de Wembley de 1992

ni del Inter ni del City (simpatizo con el United por fidelidad a las alegrías infantiles y de juventud que me proporcion­aron George Best y Eric Cantona, y con el Milan por los años holandeses de Arrigo Sacchi), vimos un partido tan malo como la final de Wembley de 1992. Especulo: ¿puede ser que el City llegara a la final gracias a La Idea y la ganara gracias al Estilo? Al final emergió una alegría tan auténtica que seguirá evoluciona­ndo. Y como los amigos de mis amigos son mis amigos, celebro la fraternal y espectacul­ar alegría que sé que están viviendo.

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MURAD SEZER / Reuters Guardiola, entre Ferran Soriano (CEO) y Khaldoon al Mubarak (presidente)
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